No seas animal
viernes 19 de enero de 2018, 04:00h
Muchos consideran que comparar al ser humano con los animales es odioso para el resto de especies, pero emplearlos como referencia de conductas enmarcadas en la violencia de género, me parece desconocer los principios más elementales de la etología.
La Junta de Andalucía, a través de sus institutos de la Mujer y la Juventud, ha lanzado una campaña titulada como este artículo, que pretende "prevenir una forma de violencia de género socialmente aceptada, que normaliza el papel de la mujer como objeto sexual y que, en algunos contextos, deriva en agresiones y abusos”. Para concretar esos comportamientos nocivos han emulado las figuras del gorrión, el búho, el pulpo, el buitre, el cerdo y el gallito. Este último en particular ha desatado la polémica, al margen de la oportunidad que se pueda ver en la inversión pública, porque se refiere a “los que dicen piropos a unos metros de distancia”. Con el fin de realzar los mensajes institucionales, han creado la web faunacallejera.com, en la que tratan por el mismo rasero todo lo que consideran acoso sexual: desde el requiebro callejero al silbido o el insulto.
Mientras artistas de la vieja Europa y de la América puritana se enfrentan por el límite que debería marcar el acceso al negro listado del “Me too”, en nuestro país nos rasgamos las vestiduras por un comentario subido de tono, que muchas veces se acerca más a una hipérbole descriptiva y elogiosa que a las descalificaciones groseras que enmarcamos en la libertad de expresión. Sin minimizar algunas actuaciones reprobables, encasilladas en el código penal, pasarse de frenada en lo políticamente correcto no conduce a un cambio de talante, porque suele rozar la banalidad. El respeto mutuo es esencial para la convivencia, pero considerar que el piropo puede ser un paso preliminar de la violencia machista resulta ridículo.
Mientras Nietzsche diría que somos los únicos animales capaces de odiar, Einstein opinaba que nos diferenciamos porque somos capaces de admirar lo que nos rodea. En ese dilema me quedo con la versión del físico o la del novelista Verne, que nos considera singulares porque somos capaces de soñar. Ambas cosas integran la fascinante ilusión que envuelve una galantería. La lisonja, el cumplido o el halago no pueden censurarse por decreto, al estilo de una nueva Inquisición, pues la frontera del buen gusto no es universal y solo la grosería o la molestia individual deberían limitarla.
En ese contexto, también parece exagerada la reacción suscitada por las declaraciones de la diputada de Ciudadanos, Melisa Rodríguez, en las que afirmaba buscar “la igualdad de las personas reales: mujeres, hombres y seres”, razón por la que presentaban “el proyecto de ley para que los perros sean personas". Un lapsus, sin duda, que le ha costado el reproche de quienes la han acusado de mezclar los derechos de las mujeres y los perros.
Por cierto, hablando de animales de compañía, no estaría de más que en la negociación del nuevo REB se extendiera el descuento de residente al coste del transporte de nuestras mascotas. Viajar con una en su cesta sobre las piernas es, a menudo, más caro que el propio billete del pasajero o pasajera.