Israel: africanos fuera
martes 09 de enero de 2018, 04:00h
El primer ministro israelí, Benjamín Netayanhu, ha declarado en los últimos días la intención de su gobierno de expulsar a miles de africanos subsaharianos, entre veinte y cuarenta mil según diferentes medios de información, la mayoría sursudaneses y eritreos, que viven en Israel desde hace más de diez años, a donde llegaron desde Egipto huyendo de las guerras y represión que padecían en sus países de origen, antes de la impermeabilización de la frontera por parte del estado judío.
La pretensión del gobierno israelí, en boca del propio Netanyahu, es que los afectados acepten voluntariamente la deportación, a cambio de una suma de alrededor de tres mil euros. Dado que muchos de los implicados, por no decir prácticamente todos, no pueden volver a sus países, se les ofrece la alternativa de poder ser enviados a Ruanda o Uganda, países que aceptarían colaborar con Israel a cambio de un pago de dinero por cada refugiado, lo que resulta inaceptable, ya que esos países, con situaciones internas altamente inestables y nulos antecedentes de respeto a los derechos humanos de sus propios ciudadanos y, mucho menos, a los de los refugiados de otras procedencias. El destino más probable de estas personas sería el abandono, el abuso, la explotación en régimen de práctica esclavitud, o la expulsión a países vecinos aun más inestables o a los suyos de origen, donde les espera la cárcel o la muerte.
Las organizaciones israelíes de derechos humanos y los partidos políticos de izquierda ya se han opuesto con firmeza a la medida, que califican, con razón, de racismo puro y duro, máxime teniendo en cuenta que el mismo Netanyahu ha comentado que la presencia de estas personas en Israel pone en riesgo su identidad como estado judío, lo que es difícil de justificar cuando hablamos de un máximo de cuarenta mil personas en un país de casi nueve millones de habitantes, de los que el 75 % son judíos étnicos. No parece que puedan significar ningún riesgo real para la identidad judaica del Estado de Israel.
Más parece un nuevo movimiento de Netanyahu y la derecha israelí para contentar a la creciente ultraderecha política y religiosa judía, cada día más pujante y con más apoyo entre ciertos sectores de la población, sobre todo los colonos de los asentamientos ilegales de Cisjordania, los llegados en los últimos veinticinco años de Rusia y otros países de la antigua Unión Soviética y de la Europa del Este y los ultraortodoxos.
También podría ser una cortina de humo de Netanyahu para ocultar los procesos por corrupción en los que están involucrados él y su partido, pero el racismo subyacente en una gran parte de la derecha y la ultraderecha israelí no es algo nuevo. Ya en 2014 Israel expulsó a miles de africanos, la mayoría eritreos, que fueron acogidos por Suecia. Los judíos de origen etíope han sufrido discriminación y brutalidad policial desde que llegaron al país en 1984 e incluso la ultraderecha política abogaba hace pocos años por su expulsión del país. Todo ello sin contar la actitud de Israel y los judíos israelíes hacia los palestinos, que tiene connotaciones más allá de la étnica, pero en la que hay un componente racista indisimulado.
La ultraderecha y gran parte de la derecha israelíes vienen destapando desde hace unos años su cara desacomplejadamente racista y xenófoba. Resulta triste y desolador que quienes han sufrido discriminaciones, persecuciones y masacres racistas durante siglos y el probablemente peor pogromo de la historia, el holocausto nazi, reproduzcan ahora algunos de los comportamientos de los que fueron objeto.