La indudable complejidad y pluralidad de la sociedad catalana nos obliga a hacer un análisis cualitiativo de unos números que, en términos de bloques, se asemejan demasiado a la anterior composición del Parlament de Cataluña.
Con una participación récord de casi el 82 por ciento, los equilibrios entre el independentismo y el constitucionalismo se mantienen prácticamente intactos. Los soberanistas vencen en escaños, aunque sin alcanzar todos juntos el 48 por ciento del electorado, mientras que el sector no independentista, mucho más plural, se ve castigado por la norma electoral, pese a sumar más del 52 por ciento si contamos como tales a los socios catalanes de Pablo Iglesias.
Territorialmente hablando, el mapa de los vencedores por comarcas es muy significativo: El litoral de Cataluña, de aglomeraciones urbanas cosmopolitas y turísticas, es del color anaranjado de Ciutadans y huye de las fantasías de la república de nunca jamás que todavía cautivan al catalán del interior, aferrado a su tierra y costumbres ancestrales y sentimentalmente ajeno a las dramáticas repercusiones que un proceso independentista provoca -eso ya lo hemos comprobado- en el tejido empresarial urbano.
Hace falta ver cómo van a digerir las descabezadas listas de Junts x Catalunya y ERC su guerra particular y si serán capaces de convencer a los siempre exaltados miembros de la CUP, de capa caída tras unos pésimos registros, para que éstos den apoyo a un ejecutivo independentista, de momento sin líder claro, renunciando a una DUI que pierde más de la mitad de los sufragios.
Arrimadas, quién puede ponerlo en duda, es la gran vencedora de la noche, al concitar el grueso de los sufragios constitucionalistas y derrotar claramente a todas las demás fuerzas, incluida la peculiar lista de Puigdemont, el prófugo.
Iceta, mejor parlamentario que candidato, mejora levemente sus resultados, pero sufre en carne propia la erosión de su cuerpo electoral más españolista a favor de la lista de Ciudadanos en muchos de sus antiguos feudos.
El sacrificio involuntario del Partido Popular no ha conseguido ni uno solo de sus objetivos, pues ni afianza a su líder en Cataluña -que posiblemente dimitirá en las próximas horas-, ni ha servido para facilitar una victoria en número de escaños del constitucionalismo.
Rajoy pierde, pues, doblemente y cataliza el debate sobre su cada vez más necesario relevo. Hace falta frescura para encarar esta situación y el gallego la perdió hace tiempo.
El enjambre catalán, está cada vez más claro, solo se resolverá con diálogo.