www.canariasdiario.com

Arriba y abajo

Por Jaume Santacana
miércoles 29 de noviembre de 2017, 03:00h

Mi profunda animadversión hacia las escaleras me viene de lejos; bueno, más que de lejos, de antiguo. Estamos hablando de un invento completamente inútil que no sirve más que para disgustar al personal a base de esfuerzos completamente absurdos. Supongo que, con este motivo, nunca se ha sabido quién fue el auténtico inventor ni qué propósito le impulsó a crear esta tremenda futilidad. Muy probablemente, el muy majadero no dejó escrita en ningún documento oficial su fechoría para, de este modo, no ser reconocido públicamente y evitar el contacto con sus conciudadanos, que, sin lugar a dudas, le hubieran abroncado por las calles e incluso le hubieran pataleado en los teatros e insultado en los mercados. Utilizó el anonimato para esconder su quebrantamiento moral ante la sociedad de la época. ¡Vergüenza debería darle su cobarde maniobra!

Hasta el momento de la creación de las escaleras la concurrencia vivía dichosa y ufana. El pueblo llano adquirió, precisamente, el calificativo de “llano” debido a que sus gentes avanzaban por calles y planicies sin tener que subir y bajar de manera continuada sin ninguna razón aparente. Eran felices los pobres hijos e hijas de Dios Nuestro Señor. Pero, como con tantas desgracias de la Humanidad, pasó lo que pasó: un capullo pusilánime, que nunca dio la cara, tuvo el brillante planteamiento de crear la escalera y con ella los odiosos e inevitables peldaños para joder al mundo entero. ¡Qué distinto comportamiento el del fundador de la rueda! Un hombre (o una mujer, que no es seguro) que puso su inteligencia y sano juicio al servicio de la población mundial; todo lo contrario del pedazo de zoquete que hundió la normalidad del proceder humano e impelió y fomentó el uso de este maligno medio de transporte que desgasta las energías del individuo al subir y destroza los músculos de las piernas al descender.

Por culpa del invento de las escaleras, la muchedumbre, que habitaba en lugares planos, rasos y accesibles, empezó a vivir en espacios antes inimaginables como cuestas, altiplanos, montes, serranías y otras prominencias terrenales. Y no sólo esto, sino que tuvieron que olvidar la comodidad indiscutible que representaba morar en casas a nivel de calle para crear pisos de distintas cotas o elevaciones con el fin de poder usar las famosas escaleras, que, por otro lado, se pusieron de moda, la cual cosa refleja a la perfección la estupidez humana.

Desde luego, no le hubiera costado nada al hiperventilado creador de la escalera esperar a que algún sabio inventara el ascensor o bien las escaleras mecánicas y luego ya, si eso, proyectar como accesorio para pirados tortuosos los peldaños. El primer país del planeta que se quite de encima esta rémora vetusta y obsoleta de la escalera se convertirá en primera potencia mundial y en un ejemplo de progresismo real y efectivo.

¡Basta ya de fatigas físicas al subir y de descalabros craneales al bajar! Hay que eliminar de un plumazo las putas escaleras y volver a la llanura general. El mar -que es mucho más perspicaz que la tierra firme- no tiene ninguna necesidad de escaleras y sus habitantes, los peces y los hierbajos como las algas, viven la mar de radiantes en su ambiente. Algún imbécil de turno podría inventarse escaleras en el océano para situaciones de alto oleaje... Y si no, al tiempo.

Háganme caso y olviden las escaleras. Paseen sin altibajos, vivan en casitas a ras de suelo o den rodeos si les es imprescindible ascender a cualquier elevación del terreno.

Se sentirán mucho mejor.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios