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Fútbol y tecnología

Por José A. García Bustos
sábado 18 de noviembre de 2017, 04:00h

Que somos un país de seguidores lo he dicho alguna vez pero rectifico, en realidad, somos un país en el furgón de cola. Por lo menos, en lo que se refiere a innovación. Y no solo por los importes que destinamos a I+D+i sino por el tiempo que tardamos en adoptar las innovaciones de otros países más avanzados. Ahora ha sucumbido uno de los últimos bastiones en los que la pasión domina a la razón: el fútbol. Pasión y razón, siempre confrontadas.

La liga española es la mejor del mundo. Según el ranking de la UEFA, los tres primeros equipos de Europa son, por este orden, Real Madrid, Atlético de Madrid y FC Barcelona. El Sevilla FC está en la séptima posición. Este ranking toma las 5 últimas temporadas y pondera según los puntos obtenidos en Liga, Champions League y Europa League.

Líder en resultados y colista en innovación. Así es la Liga española, la última de las grandes ligas en incorporar el VAR (videoarbitraje o, según traducción literal “vídeo asistente del árbitro) cuya finalidad es evitar y corregir errores humanos. Hasta el tenis es más receptivo a las innovaciones, habiendo incorporado hace años su ojo de halcón.

La televisión introdujo la innovación en el fútbol como espectáculo. Los hogares disponían de la moviola o repetición de las jugadas más conflictivas. En casa podíamos salir de dudas, incluso a cámara lenta, sobre si fue penalti o si el balón entró pero el árbitro, quien decidía los designios del partido, no disponía de esa valiosa ayuda. Y no era porque la tecnología no lo permitiera sino por la cerrazón humana.

Remontándonos a los orígenes del fútbol y considerando las dificultades de estar solo con tantos factores que ponderar, a los árbitros les pusieron asistentes de línea (los famosos linieres), primero con banderas y más tarde, con pinganillos. Incluso se añadió la figura del asistente suplente, por si alguno se lesionaba corriendo banda arriba y banda abajo. Más ojos y más humanos pero sin resolver el problema. Continuamente entraban en conflicto aunque el árbitro mantenía el poder de decisión. En la memoria colectiva de los aficionados al fútbol perdura aquel error reflejado con la cuasi-literal interjección: “¡Rafa, no me jodas, me cago en mi madre!” que espetó Mejuto González (árbitro) a su asistente Rafa Guerrero en 1996, durante un apasionante Zaragoza-Barça.

La de árbitro, siempre me ha parecido una profesión menospreciada y complicada de ejecutar. Qué fácil era opinar desde el salón de casa con la seguridad que ofrecía la moviola. Y qué difícil estar en el terreno de juego recibiendo insultos e intentando evaluar las acciones de 22 jugadores y un balón, a veces, a velocidad de vértigo. Con solo dos ojos y un físico limitado. Recuerdo hace unos años en Son Moix, antes de pitar el inicio del partido que un espectador se acordó despectivamente de la madre del árbitro. Y otro le interpeló: Pero, ¿por qué le insulta si no ha empezado el partido y aún no ha tenido la oportunidad de equivocarse? A lo que el primero contestó entre risas, tras inhalar una potente bocanada de humo de su habano, que había que prevenirle de lo que le venía encima y además, así le predisponía a pitar a favor de los de casa (literalmente aludió a “salva sea la parte” para infundirle miedo).

Las conclusiones de la entrada de la tecnología en el fútbol son claras: La máquina corrige los errores del humano y, por tanto, es más efectiva. Además es más barata. La inversión en tecnología suele ser escalable, si funciona. En este caso, la demanda de partidos está asegurada. Una vez hecha la inversión, el coste marginal por partido es infinitamente más bajo que el salario y la seguridad social que cuesta el humano, coste nada escalable. Más eficaz y a menos coste, la comparación contra la inteligencia artificial está perdida. Al menos en términos económicos.

Hasta el fútbol ha sucumbido a los encantos de la tecnología. El próximo paso es sustituir a las personas y que pite el partido el asistente tecnológico virtual. La profesión de árbitro, como muchas otras, tiene los días contados.

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