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Hijos de la ignominia

Por Vicente Enguídanos
viernes 17 de noviembre de 2017, 05:00h

El archivo de la causa por exhibicionismo y pornografía contra los padres de Nadia Nerea no minimiza la gravedad de las acusaciones que aún están pendientes de juzgar. La presunta explotación de una menor para un enriquecimiento ilícito es una más de las perversiones por las que causa arcadas reconocerse humano.

Ahora se cumple un cuarto de siglo, aunque parezca contemporáneo, del mediático asesinato de las niñas de Alcàsser. Miriam, Toñi y Desirée, en edad adolescente, fueron torturadas, violadas y asesinadas por dos presuntos depredadores, pero también explotadas por el padre de la primera, que no dudó en crear una ficticia fundación para aprovechar económicamente la desgracia familiar. El nacimiento de la ‘telebasura’, con Olga Viza y Nieves Herrero aireando en directo la conmoción de un pueblo, la crueldad y polémica en torno a las investigaciones y el objeto del ensañamiento, incluso las teorías conspirativas fabuladas o la extraña e inexplicada huida del principal responsable del crimen, no impiden sentir repulsa ante la carroñera actitud de un progenitor, que en ambas referencias comparten nombre de pila y adjetivos.

Sin olvidar que 170 millones de niños son víctimas de trabajo infantil y que la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) indica en su último informe que la población infantil representa una tercera parte de todas las víctimas de trata de personas en el mundo, explotada principalmente para matrimonios forzados y esclavitud sexual, en nuestro país se calcula que uno de cada cinco niños sufre abusos sexuales y cada día se detectan de media treinta y siete casos de niños posibles víctimas de maltrato familiar. Basta con repasar los hechos noticiables, que estos días ocupan los espacios informativos, para valorar la gravedad y extensión de esta lacra, que permanece invisible ante los ojos de muchos interlocutores sociales.

La pérdida de valores, el relativismo imperante, la crisis económica y la asunción del derecho a un estado de bienestar sin obligaciones, están provocando que los hijos y los padres pierdan una relación basada en el respeto mutuo y en la que cada cual debe mantener un papel diferente. Es un grave error confundir el amor filial con el encubrimiento y la disculpa, tanto como la tiranía o el chantaje con la que algunos adolescentes tensan a diario el hogar y conducen a la ruptura de familias nacidas por amor. Tan aberrante resulta la condescendencia con la que algunos padres resuelven su obligación de tutela y educación, como la de los hijos que desobedecen y desprecian el papel de quienes les sostienen.

Si unos y otros no pueden ser juzgados con equidistancia, porque el plus de la madurez se debe sumar al de la obligación legal y moral, es imprescindible que los adultos se impliquen y esfuercen más en dar a sus vástagos la mejor formación, urbanidad y capacidad de elección, pero especialmente que velen por la integridad moral de sus descendientes y no la justifiquen o empleen para su propia tranquilidad y beneficio.

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