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Una DUI simbólica e inviable

Por Joan Miquel Perpinyà
martes 14 de noviembre de 2017, 07:00h
Ahora resulta que la Declaración Unilateral de Independencia era solo algo simbólico, sin consecuencias de ningún tipo, sin intención de ruptura total, que no iría más allá porque total, Catalunya no estaba preparada, ni disponía de los recursos y herramientas necesarias para hacer efectiva la proclamación de la república. Pero en esos días previos al 27 de octubre, donde las empresas huían trasladando sus sedes sociales fuera de Catalunya, donde tanta incertidumbre generaron entre los ciudadanos catalanes y españoles, donde se produjo ese surrealista intercambio epistolar entre Rajoy y Puigdemont que suponía un jugar al gato y al ratón sin ir a ningún lado, esos días aciagos no le pareció a nadie que se tratara de algo retórico, ni un farol mal echado. Muchas voces autorizadas, dentro y fuera de España, pedían moderación al Govern de la Generalitat y que no dieran ese paso sin retorno que suponía arrojarse por el precipicio y que no dejaba al Gobierno central otra salida que recurrir al artículo 155 de la Constitución y a la intervención del autogobierno.

Comprobamos que el frente independentista jugó con fuego al seguir exclusivamente su hoja de ruta -con la aprobación de las leyes de desconexión y la celebración del referéndum sin las mínimas garantías legales ni democráticas, para en base a él, proclamar una independencia simbólica e imposible- y sin calibrar las consecuencias ni las reacciones del Gobierno de España y del resto de Poderes del Estado. Ahora todos lamentan esas reacciones, pero pocos se cuestionan las irresponsables decisiones que las motivaron. Y los decepcionados son legión. Con los políticos catalanes y con la reacción de los tribunales españoles, que bien pudieran moderarse como las circunstancias exigen, en especial la Fiscalía y la Audiencia Nacional.

Es preciso que tras las elecciones autonómicas del 21-D se encauce el conflicto por vías políticas y dialogadas, sin faroles, sin radicalismo, sin plantear imposibles y sin imposiciones previas. En el marco de la Ley y de la Constitución, reformándola si es preciso. Pero sin olvidar que hay un buen número de ciudadanos en Catalunya que no se sienten españoles y que no tienen ningún afecto por España, sino más bien al contrario, la odian. Y si son estos quienes marcan la agenda política, como ha sucedido hasta ahora, según parece, la contraparte hará lo propio y serán los adalides del anticatalanismo quienes impondrán sus tesis. Y en mi opinión, ya está bien de intransigencia y de odio. Llega el momento del diálogo y del acuerdo, del consenso y de la cesión razonable. Basta de radicalismo, de exclusión y de unilateralidad.
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