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Se acabó la paciencia

Por Francisco Gilet
miércoles 04 de octubre de 2017, 03:00h

“Paciencia, paciencia…, y luego independencia”. Esa frase contenía toda la hoja de ruta del separatismo catalán para llegar a un 1º de octubre, que ya se alcanzó. Han tardado años, más de treinta años, pero, al final, lo han logrado. Han tenido que soportar carros y carretas, sin embargo, la meta está alcanzada. Durante esas décadas, con la enseñanza, con el orden público, con la sanidad, con agencias comerciales en el extranjero, han ido construyendo la autopista de salida de la nación española. Los que gritaban contra la guardia civil, contra la policía nacional, contra todo aquel atrevido u osado portador de una bandera española, son el producto de treinta años de trabajo soterrado, silencioso, pero eficacísimo, en las escuelas, en las universidades, en los centros culturales, en las asociaciones de vecinos. Han sido sumamente pacientes, sumamente eficaces, sumamente taimados en su labor de socavar cualquier brote de españolidad en el territorio de su Comunidad. España nos roba, Madrid nos roba, el español es un ladrón. El mantra repetido durante años y más años, ha explotado este domingo pasado. Poco importa que un pueblo de 500 habitantes se hayan contabilizado más de mil votos, que las urnas llegasen repletas de papeletas, que el censo sea universal, que se haya podido votar una, dos, tres veces, que ninguna Junta electoral supervisase el recuento de votos; tanto da. Su hoja de ruta incluía una consulta sin importar el resultado. La masa proclamaría el triunfo deseado, aunque hubiese más de un cincuenta por cien de abstención.

Ahora, en este preciso momento, no está proclamada la independencia de Cataluña, sin embargo cuando se lean estas líneas ya puede haber ganado en la disputa la CUP. La paciencia ha alcanzado su objetivo, y no hay marcha atrás. Junqueras, Puigdemont, Forcadell, parecen torpes, mediocres, sin embargo van a lograr que la estelada sea la bandera de la república catalana, y la senyera sea un simple recuerdo de tiempos pasados. No son tan triviales, ni ellos ni sus predecesores. Unos predecesores que ansían la independencia como agua de mayo que traerá consigo la amnistía de todos los delitos. Así de simple y así de efectivo. La ley y los tribunales españoles verán como el presidente de la república catalana los vierte por el sumidero de la derogación. Y a partir de ahí, el desbarajuste será total y absoluto.

El 7 de octubre de 1934, el Gobierno de la República adoptó el acuerdo de proclamar el estado de guerra. El motivo, idéntico al que anuncia Puigdemont. Sin embargo, la España del 34 no es la de 2017. Contemplar cómo en Valladolid, en Zaragoza, en Mallorca, en Santiago se manifiestan en favor de un referéndum declarado judicialmente ilegal, o como Urkullu reclama algo similar, es absorber en el alma que Cataluña, con paciencia, ha logrado no solamente alcanzar el punto de independencia deseado, sino romper España en cien pedazos. Y todo político que no lo vea o entienda así está más del lado de Puigdemont que de la ley fundamental que nos debía proteger de personajes como él. Si no hay altura de miras en los políticos no independentistas, habremos llegado al final de un ciclo, de una época, la nacida del consenso de 1978. Y, lo lamentable, es que ni las circunstancias, ni los hombres o mujeres que actualmente ocupan escaño, se vislumbran capaces de repetir la hazaña de unificar a dos o tres o cuatro corrientes o ideologías, en un documento común. Se volverá a discutir el derecho a la libertad de enseñanza; se pondrá en cuestión si monarquía o república; la libertad religiosa caerá en el ámbito privado; la solidaridad inter comunidades se esfumará por la ambición de todos; la igualdad entre todos los españoles se esfumará; habrá otra Constitución, pero no será la del consenso, la de la armonía, sino la que nazca bajo la espada de Damocles de una clonación del paripé catalán plantificado en todas las Comunidades, sean históricas o no. Lo cual es tanto como vaticinar el nuevo descuajeringue de aquella lejana Primera República. Un éxito tan absoluto de la hoja de ruta iniciada con aquel “paciencia, paciencia”, de don Jordi, que hasta Piqué tendrá su propia selección.

Este no era el texto inicialmente preparado, sin embargo leer que todavía se pide que el Gobierno busque el diálogo con Puigdemont, con Iglesias, con Junqueras, consentidores cuando no instigadores de acosos y asedios ilegales, es tanto como que el ateo espere que surja un milagro. El Gobierno, todos los Gobiernos nacionales perdieron la iniciativa, se malvendieron hasta confesar que hablaban catalán en la intimidad, y ahora, se está en trance de repetir un 7 de octubre del 34, en una España en plena era digital. Hemos dejado que el topo medre durante demasiados años en la madriguera nacional para ahora taponar todos los túneles que ha excavado. España perdió la iniciativa cuando cedió la enseñanza a las Comunidades y ahora está a punto de perder su propia historia. Un Felipe fue el primer Borbón, y otro será el último, si la altura de miras, la unión en torno al Estado no lo remedian.

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