La Unión Europea ha recibido un auténtico bálsamo lenitivo con la victoria de Macron en las elecciones presidenciales francesas. Tras el choque del “brexit” y el triunfo en las elecciones de EE.UU. de Trump, un aislacionista declarado con escasas simpatías hacia la UE, el peligro de un éxito de Le Pen en Francia, con su ideología ultranacionalista, xenófoba y anti-europea, ideología que hunde sus raíces en el fascismo, el integrismo religioso, el colaboracionismo con los nazis y el salvajismo y el terrorismo de la guerra de Argelia, provocaba pesadillas en la mayoría de gobiernos es instituciones de la UE.
El peligro ha pasado, de momento, pero no ha desaparecido. Los partidos políticos y organizaciones populistas y antieuropeos, de extrema derecha y de extrema izquierda, siguen y van a seguir estando presentes y van a seguir lanzando sus mensajes venenosos, que van a encontrar acogida en una parte de la población, mientras no se resuelvan los indudables desequilibrios e injusticias que la crisis económica y las políticas de estricto ajuste presupuestario, promovidas por Alemania y su cohorte de países del norte y el este de Europa, han provocado en nuestras sociedades.
El “brexit”, aunque no es una buena noticia para Europa, sí puede ser una oportunidad para que Francia recupere, de la mano de Macron, el papel preponderante que siempre tuvo en la UE y que ha perdido en los últimos quince años. La salida del Reino Unido supone la marcha de quien siempre ha frenado cualquier intento de mayor integración europea, especialmente en los ámbitos de armonización fiscal y de políticas sociales y el mayor defensor de la globalización y la desregulación dentro de la UE.
Ahora es más factible la recomposición del eje París-Berlín, pero cualquier solución efectiva pasa por equilibrar la influencia de ambos en las políticas de la UE. Es preciso convencer a Alemania de la necesidad de relajar la estricta austeridad y dar una oportunidad de recuperación a todos los damnificados, tanto ciudadanos individuales, como países en conjunto. No podemos condenar a dos o tres generaciones de griegos, o portugueses, o de cualquier otro país de la zona euro a la falta total y absoluta de expectativas y esperanza.
De hecho, precisamente desde Francia se han apuntado determinadas propuestas que irían en el buen camino, tales como, entre otras, el reforzamiento de la cohesión de la zona euro y del parlamento europeo y establecer un gobierno y un presupuesto para la zona euro.
También la abdicación del Reino Unido y de los Estados Unidos de liderar un proyecto común y retraerse al interior de sus fronteras significa una oportunidad para un proyecto que siempre ha propuesto Francia y siempre ha vetado la gran Bretaña, que es el de la Europa de la Defensa. Ahora que la OTAN se debilita por la postura ambigua y cambiante de Trump y el Reino Unido se va de la UE, y cuando padecemos en Europa amenazas exteriores e interiores, es más necesario que nunca disponer para nuestra defensa de una fuerza integrada y autónoma, con sus propias estructuras de mando y coordinada, por supuesto, con la OTAN, pero capaz también de actuar al margen de la alianza atlántica.
Francia, con la salida del Reino Unido, queda como única potencia nuclear de la UE y el país de la unión con más capacidad militar y está preparada para liderar los retos que tenemos en materia de defensa, sobre todo la lucha contra el terrorismo yihadista.
El eje París-Berlín debe reequilibrarse y compensar el excesivo dominio de Alemania de los últimos años. La Unión Europea debe superar las pulsiones destructoras que surgen de su interior. Con todos sus defectos y problemas, sus ciudadanos deberían pensar que cuando los abanderados del neoaislacionismo, Trump, Putin y los “brexiteros” británicos, desean una UE débil o, mejor, desmembrada, es porque son conscientes de que una UE unida y fuerte es una potencia que puede relacionarse con ellos y con el resto del mundo en condiciones de igualdad, mientras que los viejos estados europeos por separado no tienen ni capacidad, ni fuerza, ni dimensión para tener éxito por sí solos en el mundo globalizado, que es el peligro que corre el Reino Unido al separarse, empujado por un delirio nostálgico de un imperio que ya no existe.