Contraseña: Pez Espada
domingo 30 de abril de 2017, 02:00h
El día que vi, cuando era pequeña, esa película de los hermanos Marx en la que Groucho Marx, desde el otro lado de la puerta, obligaba a Harpo a decir la contraseña para dejarle entrar en un garito: “Pez Espada”, me pareció de una sofisticación tal que decidí utilizarla a partir de entonces de vez en cuando con mis hermanas para no dejarlas entrar en mi habitación el día que se me antojaba hacerlo.
Nunca imagine, es evidente, que algún día, una parte de mi tiempo lo tendría que invertir en inventar contraseñas, no para entrar un garito de moda, sino simplemente para poder trabajar, viajar, comprar, encontrar novio, inscribirme en un curso en la Universidad, e incluso, eso es lo peor, para pagar impuestos.
No podía imaginar que al llegar a la edad adulta parte del tiempo invertido durante el día, ya sea en horas de ocio o en horas de trabajo, podría esfumarse primero, intentando recordar una contraseña que era sumamente fácil cuando la escribí; segundo, intentando recordar dónde anote esa contraseña por si se me olvidaba; tercero, intentando recuperarla a través de la misma web a la que no puedo acceder, contestando preguntas obvias, cuyas respuestas tampoco recuerdo; y, cuarto, esto es lo más difícil, intentando inventar otra contraseña que cumpla los requisitos que me exigen y que sea fácil de recordar.
Me salva el hecho de que estas aplicaciones, afortunadamente, están diseñadas también para los más bobos y en algún momento de la operativa me salvan enviándome un mail de recuperación de contraseña. No me puedo imaginar como hubiera entrado Harpo Marx en ese garito custodiado por un Groucho metido a informático, pero me temo que la escena no hubiera tenido desperdicio.
En teoría, las horas que perdemos buscando, recuperando e inventando contraseñas, las ganamos en nivel de seguridad, aunque de ser así no acabo de entender porque ahora se producen más filtraciones que nunca y conversaciones telefónicas, de whatssap, vía mail, o incluso mantenidas de forma directa y personal, inundan los Juzgados, los medios de comunicación y son la comidilla en bares y cafeterías a la hora de la ensaimada matutina.
Quizás la mejor forma de custodiar un secreto sea hoy, como antaño, colocarlo en el lugar más visible y de fácil acceso, para que así, no llame descaradamente la atención.