El bombardeo con misiles de una base aérea del ejército del régimen sirio de Bashar al-Asad desde barcos de la marina estadounidense, ha causado sorpresa en las cancillerías occidentales y entre la mayoría de analistas internacionales, por la unilateralidad de la acción, porque parece ser contraria al neoaislacionismo predicado por Trump durante la campaña electoral y porque supone un grave deterioro de las relaciones con la Rusia de Putin, a quien el presidente americano había declarado admirar y con quien se suponía que pretendía mejorar las maltrechas relaciones de los últimos años entre el Kremlin y Estados Unidos y el resto de aliados de la OTAN.
Además, supone un cambio radical en su posicionamiento respecto del conflicto sirio, puesto que la nueva administración estadounidense, o su presidente, que viene a ser lo mismo, ha pasado de considerar a al-Asad, y su posible continuidad, como un factor necesario para la resolución de la guerra, a afirmar la necesidad de derrocarlo y hacerlo desaparecer de la escena siria.
Las razones aducidas por el presidente Trump en rueda de prensa tras el ataque, en el sentido de que había cambiado su manera de pensar sobre la crisis de Siria debido a las consecuencias del bombardeo con armas químicas sobre la población de Jan Sheijun, en la que murieron o sufrieron daños severos decenas de civiles, incluyendo muchos niños, parecen más un ramalazo de aflicción sobrevenida provocado por la contemplación en el telediario de las terribles escenas de niños ahogándose, que fruto de un análisis serio y racional de la situación. Al-Asad ya era un criminal repugnante, ya había bombardeado a su población con todo tipo de armas, convencionales y químicas y ya había detenido, torturado y asesinado a decenas de miles de opositores, cuando hasta hace una semana era considerado “salvable” por Trump.
Tal parece que si la aviación de al-Asad hubiera causado el mismo desastre utilizando bombas de racimo, como viene haciendo desde hace años, Trump no habría modificado la política que ha venido manteniendo respecto de Siria, así que se diría que lo que de verdad preocupa y motiva al presidente americano no son las muertes y estragos causados a civiles y particularmente a niños, sino el uso de armas químicas, que considera un peligro para la seguridad nacional de Estados Unidos.
Llama también la atención, y resulta muy preocupante, la flagrante unilateralidad de la acción y de los motivos aducidos para la misma. Como ya se ha dicho, Trump considera que las armas químicas constituyen un peligro para la seguridad nacional de los Estados Unidos. No para la seguridad del mundo, no para la seguridad de todos los aliados de la OTAN, no, solo habla de la seguridad de su propio país, nada más. Y consecuentemente, ha tomado la decisión él solo, sin consultar ni consensuar con los socios, ni solicitar la convocatoria del Consejo de Seguridad de la ONU.
Es cierto que con toda probabilidad Rusia hubiera ejercido su derecho de veto a cualquier resolución que aprobase un ataque al ejército de al-Asad, pero el debate hubiera permitido establecer las posiciones de todos los participantes y sentar las bases de una acción conjunta coordinada por la OTAN, pero Trump ha preferido optar por actuar en solitario. La intervención de la embajadora estadounidense ante el Consejo de Seguridad de la ONU a raíz del bombardeo químico de Jan Sheijun, dos días antes del ataque de la marina norteamericana, ya incluía una advertencia bastante explícita de la posibilidad de la operación bélica.
Esta unilateralidad ha causado sorpresa, inquietud y cierta irritación entre los aliados, especialmente Francia y Alemania. Aunque todos los miembros de la OTAN han apoyado el ataque, existe un cierto nivel de intranquilidad ante la imprevisibilidad de las decisiones del presidente Trump, especialmente en el escenario de la península coreana, donde la amenaza de una intervención similar contra Corea del Norte resulta ahora más creíble. Pero, a diferencia de Siria, el régimen de Pyonyang dispone de bombas nucleares y misiles de medio y quizás largo alcance, lo que, junto a la postura que adoptase China, dibuja un escenario de posibles consecuencias catastróficas.
Si hay algo peor que una mala política es una política errática, mutable, imprevisible y solipsista. Las declaraciones y decisiones cambiantes y, a menudo, contradictorias del presidente del país más poderoso de la Tierra auguran un escenario internacional inestable y volátil en un mundo donde no faltan los fanatismos ni los dirigentes estrafalarios, perturbados, delirantes y vesánicos, que no vacilarían en quemar Roma mientras tocan la lira, solo que con armas nucleares de por medio no ardería solo Roma, sino todo el planeta, o más bien, después del calor radioactivo, nos congelaríamos en un invierno prolongado.
En 1983, en el número 4630 de la revista Science, un grupo de científicos de primera línea bajo la dirección de Carl Sagan publicó un artículo titulado: “Nuclear Winter: global consequences of multiple nuclear explosions”, lectura que recomiendo para todos aquellos interesados en las consecuencias de una guerra nuclear, incluso una de alcance limitado, que conduciría, con toda probabilidad, a un dilatado invierno nuclear que provocaría una extinción masiva de la vida en el planeta.