Día Internacional de la mujer
martes 07 de marzo de 2017, 05:00h
Mañana día 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer, una buena oportunidad para que todos reflexionemos sobre cuanto camino queda aun por recorrer, hasta alcanzar una auténtica igualdad entre mujeres y hombres.
La situación de la mujer, a nivel planetario, es todavía de una extrema precariedad y sometimiento a todo tipo de abusos y violencia, pero incluso en nuestro ambiente, en la Unión Europea y otros países desarrollados cuyas sociedades son de origen y civilización europeos, como Canadá, EE.UU., Australia o Nueva Zelanda, donde su estatus es infinitamente mejor que en el resto del planeta, su condición dista mucho de ser la que debería en términos de paridad.
A pesar de que nuestras leyes, empezando por la propia constitución, prohíben la discriminación por razón de sexo y sancionan la teórica igualdad entre varones y mujeres, la situación real sigue siendo de discriminación y desigualdad en casi todos los ámbitos de la sociedad. Sigue habiendo una diferencia sustancial entre los salarios de los varones y los de las mujeres, incluso en las empresas públicas, incluso entre los altos cargos de dirección. Sigue habiendo una gran diferencia entre las pensiones de varones y mujeres. El paro entre las mujeres es mucho más elevado que entre los varones, en cualquier segmento de edad.
Y el famoso techo cristal. Aunque las mujeres han más que demostrado su competencia, cuando menos igual a la de los varones y aunque obtienen cualificaciones académicas mejores, siguen siendo absoluta minoría en los cargos de máxima responsabilidad, tanto políticos, como administrativos, docentes, empresariales, judiciales y cualquier otro ámbito en el que podamos pensar.
Sigue habiendo una mayoría apabullante de varones en las alcaldías, en los parlamentos, entre los jueces y magistrados, en las presidencias de gobiernos autonómicos, entre los altos directivos de las empresas, entre los rectores de las
universidades, etc., etc. Y pese a las campañas por la igualdad desplegadas en los últimos decenios, la situación mejora muy poco a poco.
En algunos casos concretos, como en el de la obligatoriedad de las listas cremallera en las elecciones autonómicas de les Illes Balears, se consigue una casi paridad en el parlamento autonómico y en los consells insulsars. A costa, sin
embargo, de críticas, a veces burlonas, haciendo referencia a que las mujeres están no por méritos sino por obligación legal, llegando incluso a utilizar el término despectivo y condescendiente de “floreros” para referirse a ellas. Críticas
especialmente injustas y que responden a un estereotipo machista, incluso si también las han lanzado algunas mujeres, puesto que ignora, deliberadamente, el hecho de la absoluta incompetencia e inutilidad de muchos parlamentarios
varones, que si no son floreros serán florones. Incluso en la “floreridad” conviene que haya igualdad de género.
Y persiste el horror absolutamente inaceptable de la violencia sobre las mujeres, que debería golpear nuestras conciencias con la misma intensidad con la que lo hace física y psicológicamente sobre tantas de ellas. Las muertes, pero
también las palizas, las violaciones, los abusos, el acoso y el maltrato deberían recibir la máxima repulsa por parte de toda la sociedad y la atención preferente y la adscripción de recursos humanos, materiales y presupuestarios suficientes. Se debería reforzar los equipos policiales, asistenciales y judiciales para combatir esta lacra con eficacia y diligencia, junto con los cambios legislativos necesarios para conseguir una protección óptima para todas las mujeres en situación vulnerable.
Pero el verdadero reto está en la educación. Es un hecho muy preocupante que entre los adolescentes y jóvenes se dan comportamientos de control y maltrato machista por parte de los chicos, que son en muchos casos tolerados y, lo que es peor, aceptados e incluso comprendidos por las chicas. Si no conseguimos educar a nuestros niños y niñas en el convencimiento de que todos son personas, varones y mujeres pero todos personas, iguales en derechos y obligaciones, nunca
conseguiremos acercarnos a la igualdad efectiva. Y para ello es también muy importante eliminar de la vida pública determinados aspectos que contribuyen a perpetuar los estereotipos de los roles tradicionales, especialmente el uso del
cuerpo femenino en el ámbito de la publicidad y los medios de comunicación.