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Érase una vez III

Por Joana Maria Borrás
domingo 15 de enero de 2017, 10:18h

Un País en el que, de repente, todo el mundo se había dado cuenta de que,no sólo hay que ser honrado, sino que además, era necesario defender la honestidad, como si de repente ésta cualidad, hubiera llovido del cielo.

Tras décadas de expolio; de interpretación y aplicación interesada de las normas vigentes (en un claro fraude de Ley); de mirar hacia otro lado; de callar por miedo a las represalias los unos, y por interés los otros; de que estuviera mal visto intentar levantar una alfombra para barrer el polvo para no provocar alegrías en el personal de turno. De repente, en ese País, pasaron los más corruptos de ser perseguidos a ser perseguidores.

Es curiosa la capacidad de adaptación al medio, de los personajes que, en todos los sectores, se mueven con el sigilo propio de una serpiente para beneficiarse a si mismos, en detrimento de los demás. En ese País, dónde una quimérica revolución había hecho despertar los valores, consiguiendo que todos comenzaran a levantar alfombras, aunque fuese, no por auténtica vocación, sino porque el reparto de medallas resultaba gratificante; los personajes de turno, adaptados ya al nuevo medio, comenzaban a desperezarse.

Era evidente que también había alfombras debajo de los que ahora levantaban las alfombras de otros. Años acumulados de hacer las cosas de una determinada manera (por esos usos y costumbres que no tendrían cabida en el Código Civil), aún a sabiendas de que esa costumbre o uso, no se adecuaba al contenido de la norma. Miles de personas atrapadas en los gestos de la continuidad porque cuando ellos llegaron, muchos otros, antes ya hacían las cosas así y no pasaba nada, antes al contrario, se montaba el follón si alguien intentaba cambiar el sistema establecido de forma tácita con el silencio acumulado de todos.

En ese País durante décadas, se había sabido que “eso”, lo que fuera, no podía hacerse así. No podía hacerse así porque la norma establecía formas distintas y, sobretodo, porque era inmoral, a veces, la aplicación de esos usos y costumbres para los usuarios del sistema. Pero todos miraban hacía otro lado, porque en aquel entonces, la fiebre de la honestidad no había caído todavía del cielo, y hablar de “hacer las cosas bien”, en cualquier empresa o proyecto, era como hablar de la virginidad de María, la Virgen. Todos miraban al interlocutor que hubiere pronunciado la frase como si fuese un extraterrestre.

Por ese y muchos otros motivos el País estaba convulso. Como se quedaron los presentes cuando el niño grito de repente “El Rey va desnudo”, en ese cuento que tanto me gusta, porque evidencia la magnitud del engreimiento humano, y la cobarde vileza de la masa cuando actúa manipulada, en conjunto y sin criterio propio.

En ese País había ahora “altavoces” de la moralidad y de la honestidad en todos lados. Curiosamente, muchos de ellos, callaron, taparon, ocultaron, negaron en su día las evidencias y ahora, exactamente los mismos que en su día fueron ratas que abandonaron el barco, se presentaban ante la opinión pública como los máximos garantes de la paz, la honestidad, y de un cambio que nunca promovieron.

Continuará….

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