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Valses y bombas

Por Jaume Santacana
miércoles 04 de enero de 2017, 03:00h
Ustedes me disculparán pero debo confesarles que este artículo que están consumiendo no tiene trazas de contemplar un contenido preciso. Se trata, más bien, de un apunte de carácter emocional, con escaso rigor y menor trascendencia; puro sentimiento.

Hallábame yo acomodado frente al televisor el pasado domingo, primer día del recién estrenado 2017, disfrutando del tradicional concierto de Año Nuevo que ofrece la Orquesta Filarmónica de Viena. Una auténtica delicia en todos los sentidos: música de primer orden, intérpretes excelsos, dirección esmerada y sentida, decorados y atrezo ad hoc y, como envoltorio, una realización televisiva rozando la perfección. Observando las imágenes y escuchando atentamente el sonido de este completo espectáculo, me vino a la cabeza -sin ninguna clase de premeditación- una palabreja que bien podría considerarse como un concepto pero que en realidad no es más que una simple idea perversa: jihadismo. El porqué de tan absurda asociación no parece tarea fácil; a veces, como en los sueños, nuestro cerebro se lanza por soleares a la caza de distorsiones mentales que nada tienen que ver con la lógica tal y como la concebimos habitualmente. Supongo, por un suponer, que al recibir mi persona una gran cantidad de señales que realzaban en mi ego las cualidades más insignes de una belleza si no sobrenatural, por lo menos, impactante, mi pensamiento se ha escorado hacia el lado opuesto a la realidad del momento y me ha trasladado a lo más lejano, al mundo contrario a los efectos de la buena música, del arte, de lo sublime; de ahí al islamismo radical. He pasado, sin querer, de lo bonito a lo feo, de lo espiritualmente elevado a la perversión más rastrera, de aquello culturalmente elaborado a la cobardía asesina, inculta y atroz.

De los preciosos arpegios del arpa o los sonidos que extraen los oboes me he trasladado a los exabruptos de las metralletas y a la salvajada de las bombas; de la labor perfeccionista de unos músicos que muestran lo mejor de los valores humanos al estúpido “arrojo” de una tribu de suicidas que hacen del crimen colectivo su experiencia más inútil y sangrante; de lo bello que surge del esfuerzo de un conjunto unido, compenetrado y dynamico al lado más oscuro de la depravación y la barbarie humana; de la construcción y enaltecimiento del intelecto a la suciedad destructiva que rige los ideales de esta banda de forajidos medievales.

Pienso ahora, al escribir estas notas, que quizás el apareamiento de los dos conceptos -la belleza grandiosa y paradisíaca con la deformidad de un pensamiento arcaico, superado y ferozmente cruel- no sea tan chocante: lo bueno se aprecia, también, por la presencia de lo malo; lo presente existe, también, por lo ausente; lo bello por lo feo; la vida por la muerte. Sí, debe de ser esto.

Una vez transcurrido el lapso de tiempo que he dedicado a las comparaciones (que sí, que suelen ser odiosas), he podido y sabido, felizmente, recuperar mi ánimo y seguir cultivando mi espíritu con la belleza fulminante de Viena, su cultura y su música.

El positivismo -si se sabe jugar- eleva el sabor del goce intelectual.

¡Feliz Año!

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