No me cabe la menor duda, pese a lo que pueda parecer por lo que cada semana escribo, que en todos los partidos políticos, hay buenas personas. Corruptos y honrados hacen piruetas para no mezclarse demasiado, y, generalmente, cuando estalla la crisis interna y se hace patente fuera del partido, son los honrados y buenas personas los que tienen las de perder, porque, aunque podrían como cualquiera, no llegan a ser capaces, al final, de desplegar toda la artillería que la maldad exige para vencer.
Hablar del bien y el mal no priva, lo sé, pero me trae sin cuidado. En especial porque el único objetivo de este artículo no tiene pretensiones más allá que la de analizar porque PODEMOS se auto mutila continuamente de forma pública y escandalosa.
Al partido revolucionario, se han afiliado, o convertido en simpatizantes, no sólo los perfiles típicos de otros partidos ya consolidados, sino que además, ha habido una integración de perfiles que jamás hubieran pensado dedicarse a la política. Personas desilusionadas, sinceramente y no sólo a la hora del discurso, con la forma de gestionar el poder y los recursos. Personas que han creído que la situación podía cambiar radicalmente, y que la forma de gobernar, en definitiva, podía ser distinta.
Pero los “Don Quijote” de PODEMOS han acabado en Venezuela. Resulta que no todo es tal como parecía que sería. Y esta situación, que en cualquier otro partido más veterano, no tendría consecuencia alguna, salvo que ese Don Quijote acabaría por abandonar (voluntaria o involuntariamente) el partido en cuestión; en cambio, en PODEMOS, esos Don Quijote batallan y se enfrentan a los molinos de viento, de forma pública, y descarada para quien preferiría el silencio sepulcral de los cobardes.
No sé, en cada conflicto que han escenificado, quien tiene razón o quien la deja de tener. Lo que llama mi atención, es que un partido que había nacido, en apariencia, para cambiarlo casi todo, sea capaz de mezclar con tanta maestría, las malas artes políticas consolidadas por años de práctica generalizada, con un discurso marcado por el afán de superioridad más que por el afán de la diferencia entre iguales.
Por eso, reitero, hay buenas personas en todos lados, y a quienes no estamos dentro de la política, en estos tiempos tan absurdos, nos conviene saber leer entre líneas, y no quedarnos sólo, con el análisis de lo evidente.