Se nos fue el poeta. Hace pocos meses anunciaba que estaba preparado para salir y así lo hizo. Leonard, que susurraba a los jóvenes de mi generación aquella inolvidable “Suzanne”, a la que imaginábamos también con sus dieciocho años recién incorporados, bella y salvajemente libre. La pensamos así y casi la tocamos. Por lo menos en algún momento me hizo creer que mi Suzanne particular existía y que llegaría del frio escandinavo cualquier verano. No llegó nunca.
Personalmente, sigo rebuscando en este y otros poemas suyos, el aroma indescriptible de aquellos versos que Cohen recitaba, cantando a buen ritmo, sin ninguna estridencia en la voz ni otros gestos gratuitos, no hacia falta, la belleza llegaba como el agua a la garganta sedienta, las frases iban entrando, nos acercaba hasta paraísos creíbles y también increíbles por los que nos llevaba de la mano. “So long Marianne,” “ Hallelujah” “Dance mi to the end of love” y tantos otros mensajes de la vida el amor y la muerte. Con la palabra y la música, que no precisan traducción ni argumentos fáciles para penetrar nos ha ido acompañando. Así fueron llegando sus poemas, sus canciones, como llegan y quedan las cosas sabias, las cosas del alma, las que nadie puede manipular, la poesía de Leonard Cohen, que hace unos días atracó en algún lugar, para no desamarrar nunca.