Son muchas las profesiones que están marcadas por los injustos estereotipos: los médicos son matasanos, los funcionarios vagos, los políticos ladrones y los maestros sólo lo son para tener más vacaciones.
Estos días, debido al suceso de la escuela Anselm Turmeda de Son Roca, se está poniendo en duda la labor de ciertos maestros del centro, de la dirección del mismo, y de paso removiendo los cimientos de la comunidad educativa.
A los responsables de la escuela se les atribuye negligencia por no haber impedido la presunta agresión de doce niños a una niña de diez años así como por no haber avisado a la madre de la agredida con más prontitud. Como suele pasar por desgracia desde la eclosión de las redes sociales, ya se ha condenado sin que los agentes habilitados al efecto hayan concluido sus investigaciones para esclarecer los hechos.
No sería de más que todos, desde la posición que nos corresponde, aportáramos sensatez y sosiego a la cuestión. Y sabemos que ello es difícil puesto que a quien más quien menos le duele ver el padecimiento de una niña que se vio indefensa ante una docena de individuos mayores que ella, con intención de hacer valer su desproporcionada fuerza por un balón. No obstante, atribuir la mayor parte de la responsabilidad al claustro escolar es buscar chivos expiatorios.
Quien piense que una persona decide estudiar grado en Educación Primaria por el mero hecho de disfrutar de más vacaciones que el resto de los mortales es ignorar en profundidad lo que supone la tarea de maestro o profesor.
Es muy difícil llevar a cabo la noble labor de la enseñanza si no es por vocación. Quien sea padre o madre que se imagine dentro de un aula con veinticinco individuos a semejanza de sus hijos, intentado que guarden silencio y que consigan aprender algo de lo explicado. Eso, sin mencionar que durante los tres meses en que se celebran las evaluaciones se tienen que corregir los exámenes por las noches en casa. ¿De verdad alguien cree que eso se aguanta si no es por vocación?
Pasada esta sucinta reflexión, es difícil de creer que un maestro no evite una agresión si ello está en sus manos. No me imagino a un docente viendo a un alumno agredir a otro -ya sea de manera verbal como física- y no realizar acción alguna para evitarlo. A la vez, tampoco me imagino a ningún alumno pegar, insultar o vejar a otro delante de un maestro, bien se cuidarán de buscar un escondrijo, un pasillo o un baño.
Es una lástima que la tarea de los maestros esté a día de hoy tan desacreditada. Que padres, madres y sociedad transmitan una mala imagen de los maestros a los alumnos significa mermar su autoritas, y con ello será harto difícil que mejoren los resultados académicos de nuestros menores.