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¿Y ahora qué?

martes 04 de octubre de 2016, 05:00h

Es la pregunta que muchos deben estar haciéndose tras el “no” de los colombianos al acuerdo de paz con las FARC, tras cincuenta años de guerra y cuatro de negociaciones. Los colombianos se han quedado con la miel en los labios y ahora la paz pende de un hilo y la perplejidad, la incertidumbre y el desasosiego se han instalado en el país. Pero también es cierto que, a pesar de todo lo que estaba en juego, más de seis millones de ciudadanos han considerado el acuerdo de paz inaceptable.

La bajísima participación, no ha llegado al 40 %, parece claro que ha beneficiado al “no”, cuyos partidarios se han movilizado y han acudido a votar en mucha mayor proporción que los del “sí”. El expresidente Uribe, máximo adalid del “no” e implicado en la creación e implantación de las fuerzas paramilitares, que durante décadas llevaron a cabo una guerra sucia y matanzas y ejecuciones extrajudiciales, no solo contra las guerrillas, sino también contra la población civil, ha conseguido hacer prevalecer sus tesis.

Colombia es un país desestructurado, en el que diferentes regiones viven diferentes realidades, ajenas e ignoradas unas de otras, con unas enormes desigualdades sociales y una absoluta desconfianza entre todos. Ya era un país muy violento antes de la aparición de las FARC y otras guerrillas marxistas y el resultado del referéndum es una mala noticia para las esperanzas de pacificación, no solo por el estancamiento que supone para el proceso de desmovilización de las FARC, sino también por el impacto negativo que tendrá en el diálogo con la otra guerrilla, el ELN (Ejército de Liberación Nacional), que se viene desarrollando desde el año pasado y que tenía como objetivo conseguir un acuerdo similar al que ahora ha sido rechazado.

Se abre un período de incertidumbre de consecuencias imprevisibles, ya que los guerrilleros, que temían por su seguridad personal una vez desmovilizados y desarmados, la liquidación pura y dura de guerrilleros que abandonaron las armas, a manos de paramilitares, del ejército o de fuerzas policiales, ya ha ocurrido en el pasado reciente, se sentirán aun más amenazados. Es muy improbable que entreguen las armas y, aunque tanto el gobierno como las FARC han reafirmado el alto el fuego bilateral en las primeras declaraciones tras el referéndum, cualquier situación fortuita o provocación deliberada podría suponer la reanudación de las hostilidades.

El expresidente Uribe, tras haber conseguido imponer el “no”, tiene ahora una gran responsabilidad en la búsqueda proactiva de una solución que conduzca a la paz, sabiendo que sin alguna forma de amnistía no es posible ningún compromiso y que la victoria militar es imposible, excepto a largo plazo y con un coste de vidas humanas y sufrimiento que seguro en Colombia nadie, o casi nadie, desea. Y el presidente Santos también debe meditar sobre los errores cometidos, especialmente algunos de los aspectos del acuerdo referentes a la amnistía y a la representación política garantizada a los guerrilleros, que han resultado inaceptables para muchos colombianos.

Y las FARC también deben decidir si realmente apuestan por la paz, accediendo a redefinir los puntos polémicos para alcanzar un nuevo pacto que sea ampliamente aceptable para la sociedad colombiana. Y las empresas de demoscopia deberán empezar a revisar sus métodos, porque han vuelto a fallar lastimosamente. Las encuestas de la última semana anunciaban un 60 % a favor del “sí”.

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