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El 'Brexit' y la ampliación del este

martes 27 de septiembre de 2016, 04:00h

Mientras fue presidente de Francia, De Gaulle vetó la entrada del Reino Unido en la Comunidad Económica Europea. Él siempre consideró que el país británico, arruinado tras la segunda guerra mundial y la pérdida posterior del imperio en los años 40, 50 y 60, estaba vendido a los intereses de los Estados Unidos, que su máximo interés era desarrollar una economía especulativo-financiera a través de la City y sus paraísos fiscales asociados y que su misión dentro de las comunidades europeas sería la de entorpecer y torpedear la integración europea.


De Gaulle siempre aspiró a una integración de Europa Occidental, liderada por Francia y Alemania, que respetase la personalidad e independencia de los países miembros, pero que actuase de una forma integrada en la escena internacional, como contrapoder tanto del bloque soviético como de los Estados Unidos y consideraba que el Reino Unido, subordinado como estaba a la potencia norteamericana, no podía ser un miembro fiable de esta alianza.


Ahora sabemos que no andaba demasiado desencaminado. Una vez que se retiró de la política, Francia levantó, por desgracia, el veto al Reino Unido y éste entró finalmente a formar parte de la CEE, junto con Irlanda y Dinamarca en 1973. Posteriormente entró Grecia, otra desgracia, después España y Portugal, después Alemania Oriental, por la vía irregular de ser absorbida por la República Federal Alemana y después Suecia, Finlandia y Austria. Tras todas estas ampliaciones, en 1995, la que ya era Unión Europea, incluía toda Europa Occidental, con las únicas excepciones de Suiza, Noruega, Islandia y los microestados (Andorra, Mónaco, San Marino y Liechtenstein), así como las Islas Feroe, que aunque son parte de Dinamarca, están fuera de la UE.


Como ya preveía De Gaulle, el comportamiento del Reino Unido como miembro de la unión siempre fue, como mínimo, reticente y poco colaborador y desde la época de Margaret Thatcher, claramente obstruccionista a los avances hacia una mayor integración. Ha sido siempre un obstáculo, un freno, una rémora para la UE y en 2004 vio su gran oportunidad de sembrar el desconcierto y la desunión con la mal ideada y peor implementada ampliación a los países del este, en la que entraron de golpe ocho países de la Europa Oriental, todos del antiguo bloque comunista, además de Chipre y Malta y quedaron para el 2007 Rumanía y Bulgaria.


Con la posible excepción de Eslovenia y los países bálticos, estos países de la antigua órbita soviética, Polonia, Chequia, Eslovaquia, Hungría, Rumanía y Bulgaria, han resultado un elemento de distorsión y confusión para la UE, más interesados en la entrada en la OTAN, a fin de protegerse del expansionismo ruso, que en la idea de la unión europea. De hecho, la mayoría de estos países han demostrado no compartir plenamente los ideales fundacionales europeos, como el infame gobierno cuasifascista de Hungría de Víktor Orban, o el gobierno ultranacionalista e integrista religioso de Polonia.


Las trabas y problemas que estos países han puesto a la UE han sido múltiples, desde el bloqueo durante más de un año del entonces presidente de Chequia Václav Klaus al Tratado de Lisboa, bloqueo al que Eslovaquia amenazó con sumarse, hasta la negativa de todos ellos a admitir refugiados, además de numerosas declaraciones extemporáneas, como las del actual primer ministro de Eslovaquia, Robert Fico igualando refugiados a terroristas, o las del actual presidente de Chequia, Milos Zeman, en las que comparó el islam con la ideología nazi y proclamó que los cientos de millones de musulmanes, desde el norte de África hasta Indonesia, eran enemigos de la civilización occidental.


Ahora que la UE está sumida en una crisis sin precedentes, provocada en gran parte por los propios británicos, el Reino Unido decide marchar. Es posible que consideren que ya han hecho su trabajo, primero poniendo trabas y dificultades a la integración europea, después ayudando a crear el caos y la confusión y ahora, yéndose, dejan sembrada la semilla de la desintegración.


Sin embargo, el “brexit” debería ser considerado como una gran oportunidad para recomponer la UE, para volver al espíritu inicial. Ahora que estamos en camino de una nueva guerra fría entre los EE.UU. y Rusia, sería el momento de retomar el proyecto de hacer de Europa un contrapoder frente a ambos gigantes.


Pero, puesto que la pertenencia de los países del este puede ser una cortapisa, quizás sería el momento de retomar el proyecto de la Europa a dos velocidades. Crear un núcleo duro integrado, formado por los países occidentales y dar tiempo a los orientales que vayan adaptando sus estructuras políticas y sociales, sin que ello sea óbice para que aquellos de ellos que quieran y estén preparados, también se integren en el núcleo duro. Un ejemplo podrían ser los tres países bálticos, que han demostrado un espíritu bastante más europeísta que sus vecinos orientales y se han integrado en el euro. Y, por supuesto, no sería ningún problema si alguno de estos países decidiere abandonar la UE.

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