Ha pasado algo curioso y no me queda más remedio que contárselo a ustedes.
Iba yo a lo de mi artículo semanal todos los miércoles. Previamente, y para relajarme, he tomado un baño con algas irlandesas y sales perfumadas de espliego; sin ello, no me siento en condiciones de escribir algo medianamente potable. Una vez atendido mi deseo de templanza, me he sentado ante mi mesa de trabajo, como siempre, me he situado frente al ordenador y lo he puesto en marcha. Hasta aquí, todo correcto; ningún problema.
El computador se ha encendido tal y como tiene por costumbre, pero algo había que no parecía consuetudinario; algo que ignoraba y que me producía una cierta angustia. No era consciente de lo que estaba ocurriendo hasta que me di cuenta del misterio: mi teclado estaba en blanco. Me explicaré: de la parte visible, la superior, de las teclas (blancas las mías), había desaparecido cualquier vestigio de signos. Todas eran iguales y ninguna daba información alguna sobre la representación que ejercían. No existía ni la A, ni la H, ni la V, ni la Ñ, ni el signo de abrir admiración, ni la numeración, ni la moderna arroba, ni los dos puntos, ni la flecha que retrocede espacios, ni los tantos por cientos… nada de nada. La nada.
Desconcertado ante tan compleja situación del todo anómala, he perdido el hilo del discurso que me disponía a redactar. Mi cerebro también se ha quedado en blanco, en un blanco con olor de vacío, un blanco de pérdida total de orientación, un blanco iluminado por la turbación y el transtorno; un blanco níveo, lechoso, roto.
He conseguido escribir los anteriores párrafos gracias a mi memoria perceptiva que, por puro reflejo inconsciente, me ha permitido punzar mis dedos sobre las teclas que, presumiblemente, mi caletre guardaba en su sistema nervioso. La rutina. Por mucho tiempo que pase, nunca se olvida la conducción de una bicicleta, dicen. O nadar.
Concentrado en mi obsesivo objetivo de teclear sobre el abismo digital, lo que había ordenado en mi mente, el contenido de mi artículo, ha desaparecido por completo. El blanco de las teclas me permite escribir, pero no escribir sobre lo que quiero escribir. No sé si me explico con suficiente claridad. Es complejo y engorroso, admítanlo ustedes.
Así que, lo siento muchísimo. Salgo presto a comprar otro ordenador y prestaré mucha atención a que, el nuevo, contenga sus signos bien marcados sobre las teclas.
Claro que, cuando compré el que he disfrutado hasta hoy, las teclas estaban marcadas; como las cartas de los tramposos.
Nuevamente, les pido disculpas.
PS. ¡Ah, sí! Ya recuerdo de lo que les iba a hablar: de la prostitución en el Kurdistán. Ustedes se lo han perdido.