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En su memoria

Por Vicente Enguídanos
viernes 11 de marzo de 2016, 11:14h

Es probable que haya amanecido este viernes sin que muchos españoles recuerden aquella mañana que, hace doce años, conmocionó a todos los bien nacidos y varió el rumbo de nuestra democracia. Desde aquel día, como el de hoy, 193 víctimas mortales y 1.858 heridos de diferente gravedad sufrieron en primera persona la sinrazón del terrorismo, como resultado del segundo atentado más grave que se ha realizado en Europa.

La investigación, plagada de claroscuros, los antecedentes y el extraño comportamiento de algunos actores del episodio, no pueden eclipsar el respeto que nos merece la justicia en este país, pero tres legislaturas después siguen sin despejarse algunos interrogantes, tan mitificados como las teorías sobre el asesinato de John F. Kennedy.

Dejando que la historia juzgue si eran paranoias o tenían fundamento las conspiraciones en las que gobiernos extranjeros, bandas criminales y partidos políticos se repartían el Qui prodest de una masacre, explicada por nuestra intervención en la guerra de Irak, la decisión del presidente Aznar de no convocar a la Mesa por las Libertades y contra el Terrorismo, para sacar provecho político de la previsible autoría gudari, le acabó costando la jefatura del gobierno a su digitado sucesor. El propio Rajoy había confesado pocas semanas antes, en un almuerzo convocado por la Asociación de Periodistas Europeos, que la presencia de España en el conflicto iraquí era solo logística y de asistencia humanitaria, como contrapartida por la colaboración que había prestado Estados Unidos con sus servicios de inteligencia en la persecución de la banda ETA y por la impagable ayuda diplomática que nos prestó, tras la crisis con Marruecos por el asalto al islote Perejil: solo la intermediación del Secretario de Estado norteamericano, Colin Powell y la consejera de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, impidió que los súbditos alauíes de Mohamed VI invadieran Ceuta y Melilla como represalia por la reconquista de una roca deshabitada, a 200 metros de la costa africana. En cualquier caso, la escasa participación en la Guerra del Golfo no tuvo la misma repercusión en las elecciones generales que en las municipales y autonómicas, celebradas diez meses antes y una vez concluido el conflicto en Oriente Medio. La rápida extensión de la idea de un partido acusado de mentir en su propio beneficio (cuando la misma tarde del atentado ya había reconocido el ministro Acebes que estaba abierta una nueva línea de investigación), el cerco a las sedes conservadoras en la jornada de reflexión y el empleo de las redes sociales para responsabilizar moralmente al PP de los atentados y de preparar un golpe de estado para impedir las elecciones, dieron la vuelta a las encuestas en solo tres días. Baste con recordar que el sondeo electoral que emitió Tele5 a las 20:00h del 14M dio vencedor al PP, a diferencia de las demás referencias israelitas, porque la cadena de Mediaset había efectuado el trabajo de campo durante la semana previa a los comicios.

La reacción visceral de la ciudadanía y los errores de un gabinete que no supo reaccionar adecuadamente, propiciaron que España tuviera el gobierno que merecía, según el testimonio de Rubalcaba, y nuestra ascendencia internacional acabó sentada al paso de la bandera de las cincuenta estrellas y entregada a una estéril Alianza de Civilizaciones. De todos aquellos polvos, el lodazal en el que chapotea nuestra clase política.

Han pasado tres convocatorias más desde aquella cita con las urnas, en la que el PSOE de Zapatero consiguió 164 escaños (74 más que Sánchez), resultando investido presidente con el apoyo de seis fuerzas políticas y la abstención de todas las demás, excepto el Partido Popular. Nadie puede negarle legitimidad democrática al resultado, ni restarle un ápice de madurez a un pueblo que se pronunció libremente. Pero sí conviene valorar en qué medida aquellos dramáticos acontecimientos enterraron los Pactos de la Moncloa, junto a las víctimas de Atocha, el Puente de Vallecas y Santa Eugenia.

El espíritu de la transición sucumbió a la política tabernaria y, con la crisis y la corrupción, han sumido a este país en la incertidumbre. Ninguno de los inocentes que fallecieron aquella jornada, incluso el GEO Torronteras que murió en Leganés pocos días después, merecen el espectáculo lamentable que nos ofrecen a diario quienes ocupan la Carrera de San Jerónimo, provisionalmente. Su memoria y el futuro de aquellos que apenas han conocido alguna de las caras con las que el terrorismo ha sembrado el horror en nuestras vidas, exigen resucitar la concordia que simboliza la Constitución del 78 y que parece tan olvidada como algunas páginas negras de la historia de España.
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