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Maltrato humano

Por Joana Maria Borrás
domingo 14 de febrero de 2016, 12:33h

Nos quieren ejemplarizar consensuando temas nímios, porque en los asuntos mayores, en asuntos de Estado, necesitan abanderar por separado sus posicionamientos para justificar, como mínimo, que militan en Partidos diferentes.

La jugada siempre es la misma, consiste en buscar titulares y portadas, simular de vez en cuando una desavenencia, para no perder representatividad entre los suyos, y acabar bajándose los pantalones si surge la oportunidad de obtener un cargo o prebenda.

Soy de una generación sin internet ni emoticonos, pero debo reconocer que una carita de esas explica a veces mucho más que mil palabras. Por eso planto aquí, imaginariamente, una carita de perplejidad, porque alucino.

Cuanta hipocresía.

Tenemos nuestros hospitales y residencias llenos de ancianos desahuciados conectados, muchas veces en contra de su voluntad, a maquinas que les mantienen con vida para limpiar la conciencia de los que siempre se sienten salvadores de la Patria, Dioses con poder para decidir quien debe vivir o dejar de hacerlo.

Visitamos a nuestros ancianos en esas residencias y lo hacemos de puntillas, pensando que nunca estaremos allí, atados a esas sillas con ruedas, mirando algún punto fijo de la pared desconchada y rodeados de otros, como ellos, que se pasarán el día mirando fijamente la nada representada en cualquier objeto.

Nos prometemos, al salir, que jamás permitiremos acabar nuestra vida, tan plena, así, como ellos. Pero cuando llegue el día, no nos van a pedir la opinión, porque tenemos un sistema hipócrita, que hará que nos cojan (debilitados por la edad o por la enfermedad) y nos enchufen a esas máquinas y a esas drogas para obligarnos a sobrevivir en una vida que ya no será vida sino otra distinta.

Debería estar prohibido que a uno le obligarán a terminar así. Debería estar prohibido despertar de esos estados de demencia, aunque sea por unos segundos, y contemplarse a si mismos en esas sillas de ruedas, esperando a que nos cambien los pañales antes de darnos las galletas y el café a las cuatro de la tarde, de un día cualquiera sin más novedades que la muerte a la vuelta de la esquina.

Hace poco visite a mi Titaen una de esas residencias. Ella, una mujer llena de vida, que gozo plenamente cada día, a pesar de que los de su generación vieron siempre con malos ojos eso de ser soltera y sin compromiso. Ella, una mujer valiente, comprometida sólo consigo misma y las personas a las que amaba. Ella que nos dijo, en un momento de lucidez, paréntesis en su demencia senil, que prefería morir a quedarse en esa silla de ruedas entre esas paredes sin vida. Ella también pensaba, cuando era joven, que nadie tiene que ser obligado a morir en condiciones infrahumanas, esperpénticas, indignas, crueles, próximas a la tortura, porque tiene que ser una tortura despertar de una demencia varios minutos al día, y verse en esas condiciones sin poder hacer nada para evitarlo. Lo imagino y tengo miedo.

Y mientras, el sistema habla de corridas de torosy de maltrato animal, de tortura. Y entonan gloriosas frases humanistas para justificar lo injustificable: la cobardía que corona siempre a una sociedad mediocre.

Joana M.Borrás

Dedicado a todas esas personas que nunca hubieran querido acabar sus días así, y ahora están en residencias y hospitales, en contra de su voluntad.

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