www.canariasdiario.com

La (mi) nevera

Por Jaume Santacana
miércoles 27 de enero de 2016, 20:39h

Siempre he oído decir que la nevera es el espejo del alma; me sabe mal, de todas maneras, no poderles asegurar quién es el autor de tan magna aseveración. Debe ser un proverbio anónimo; o chino, vaya usted a saber…; o los dos.

En cualquier caso, no vamos a discutir ahora la inefable utilidad de dicho aparejo doméstico (entre otras cosas porque sería discutir por discutir sobre algo indiscutible, cosa que anula, fervientemente, el ansia de discusión, por decirlo de alguna manera).

Masacradas las dudas respecto a la eficiencia de este magnífico invento, me dispongo a valorar distintos aspectos relacionados con el objeto que nos ocupa. Casi todos tenemos en casa un artilugio que, mediante la corriente eléctrica, se dedica a enfriar y mantener productos básicamente comestibles. De momento, no he conocido jamás a nadie cuerdo que conserve dentro de su nevera objetos no relacionados con la ingestión vía digestiva. Cierto que, por pura distracción, hay personas que olvidan sus gafas o un libro en el interior de su frigorífico; pero esos, afortunadamente, son los menos.

Desde hace muchos años he ido pensando que el desgaste vital haría mella en mi cuerpo físico y que, por lo tanto, era necesario acostumbrarse a las carencias y deficiencias que dicho desgaste me produciría inevitablemente. En un momento determinado se me cayó el pelo pero como ya había previsto tal acontecimiento acondicioné mi rutina a base de cremas solares y sombreros. En otro orden de cosas, pienso constantemente en una posible ceguera que pudiera segar por completo mi visión. Con este objetivo hace ya muchas décadas que, cuando interpreto el piano, cierro los ojos para acostumbrarme al tacto de mis dedos sobre las teclas de mi instrumento preferido. Siguiendo con el mismo procedimiento, establezco un orden impecable en todas las dependencias y muebles de mi casa: cajones, armarios, mesas, librería, cocina, aseo, etc. De este modo, sin mirar, conozco a la perfección todo lo que contienen las habitaciones, dónde está el material situado, en qué lugar se hallan las llaves, los sellos de correo, las facturas, los tenedores y qué está encima y qué debajo, o a la derecha o a la izquierda. Orden y meticulosidad.

Pues bien, creo sinceramente que la nevera es un lugar imprescindible para marcar la disciplina física de las cosas que en ella se guardan. Una nevera desordenada es un partido de fútbol sin pelota: o sea, un desastre. Es fundamental que todo esté en su sitio correcto y que las prioridades de consumo estén férreamente marcadas de por vida. He visto, en mi vida, neveras lamentables: llenas de productos caducados, hojas de apio desfloradas, rodajas de merluza pestilentes y yogures más que caducados: está visión dice mucho (y mal, claro) del dueño correspondiente; seguramente, su alma se halla en el mismo estado y su forma de vida deja mucho que desear.

Yo aconsejo, fervientemente, posicionarse en esta actitud social y poder abrir la nevera con orgullo, con la cara bien alta, con satisfacción, con amor al prójimo.

Uno puede ducharse o no; no tiene más importancia. Puede asesinar o no; si no hay pruebas, tranquilos. Puede resbalar por la calle o no; suerte o azar. Pero lo que nunca debe tolerarse es tener la nevera en un estado deprimente, sin orden ni concierto, salvajemente descuidada y sin pulcritud simétrica. Háganme caso.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios