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J. un peluquero generoso

Por Daniel Molini Dezotti
sábado 26 de abril de 2025, 08:00h

Tras haber estado entretenido, “plumereando” con un cepillo de pelo rubio, peine y tijeras, el joven se sorprendió con mi solicitud.

Al ver su cara me di cuenta de que existían dos posibilidades para el asombro, que no hubiese entendido bien mi pedido o, por el contrario, captándolo perfectamente, le diese un poco de pena.

Su duda se manifestó con una pregunta: “¿Me está pidiendo que le corte la barba y le afeite la cabeza?"

Mi respuesta, automática, no necesitó meditación, fue muy clara, limitándose a una confirmación afirmativa: “Sí, correcto.”

Preocupado, mi interlocutor insistió: “Mire, no me gusta ser abusador, tanto usted como yo somos seres humanos, y lo que quiere le va a salir una barbaridad; me parece una exageración.”

Me defendí argumentando que otras veces había podido pagarlo, que la faena no era tanta: “Arriba no tengo casi nada, solo se trata de recortar un poco la barba, hacerla más presentable.”

El hombre, armándose con una maquinilla negra, del color de los presagios que empezaba a tener, me confesó: “Mire, lo que vamos a hacer es un corte simple que es mucho más barato. También le voy a dar un consejo, de corazón: cómprese una máquina y aféitese usted mismo. En un par de meses la va a tener más que pagada. ¿Usted es jubilado, verdad?, cuando cobre la próxima pensión, separe unos euros y se la compra, para el poco cabello que tiene bastaría con una normalita. Y le aseguro que con el ahorro en un año podría comprarse 20, no 1.”

Era la segunda vez que me atendían en esa peluquería, la mayoría de las veces pasaba de largo porque siempre había clientes esperando, y, para mi desgracia, no funciono en modo cita previa.

Con tanta marea de futbolistas y moda sugestiva, el colapso en las barberías se ha generalizado, de allí el deterioro de mi aspecto. Antes, el corte de un varón se hacía en 15 minutos, ahora, con los ángulos agudos, los obtusos, las marcas, rasurando aquí y trenzando allá, se ha convertido en un ejercicio insoportable para quien aguarda.

Para colmo, también han entrado en el modelado zonas antes intocables multiplicándose las exigencias.

Sin esperar a que se aclarasen del todo mis dudas, el joven me puso una cinta en el cuello, un delantal, y en un santiamén comenzó a recorrer con una podadora minúscula, de abajo arriba y viceversa, toda mi azotea vital, dejándola como un melón de cáscara lisa.

Mi imagen, tras muchos años, cambió radicalmente, me hacía señas para que mirase el espejo.

Yo lo intentaba, sin gafas, así que solo adivinaba penumbras. No obstante, sonreía, y él, complacido, aseguraba: "¡Va a quedar como nuevo!, de paquete."

Le pregunté el nombre, me lo dijo, también el modo en que lo conocían sus clientes, vinculado a su país de procedencia.

Al concluir, mientras retiraba paños, ponía colonia y talco insistió, esta vez con más confianza: “Amigo, cómprate una maquinilla eléctrica, de verdad."

Su actuación concluyó con una indicación en voz alta dirigida a la encargada del establecimiento: “Al señor le cobras un corte normal”, luego me guiñó un ojo.

Me enterneció su actitud, tanto que le pregunté si por el hecho de ser mayor le había dado algo de "penilla".

Le iba a contar que últimamente, en ese aspecto, empezaba a ser una costumbre, pero me abstuve de hacerlo, pues ya se estaba juntando gente.

Cuando me dio la mano, apretando firme, le dije que era una buena persona y que estaba muy bien eso de preocuparse por los demás.

Le complació mi reconocimiento, uno más de sus tantos clientes, según él, ganados a pulso tras 19 años de brega en la isla.

También, en voz baja, afirmó que si el negocio fuese suyo lo gestionaría de modo diferente, no de la manera en que lo hacen las franquicias.

Mientras regresaba a casa, encandilando con nuevos reflejos de ausencia capilar a los viandantes, pensaba en la diversidad de la condición humana, desde un peluquero que se siente mal porque le cobra a una persona una tarifa que considera desproporcionada, y otros que hacen de la desproporción hábito.

Antes del punto final debería dejar constancia de un deseo, ojalá que le siga yendo bien a J., y que algún día pueda alcanzar su propio negocio, con sus propias tarifas y el mismo entusiasmo por ayudar.

Si eso ocurre, pasaré a saludarlo, pero ya no como usuario de sus servicios sino como grandísimo recomendador, porque siguiendo sus indicaciones acabo de comprarme una afeitadora eléctrica, que trabaja en seco y mojado, modelo mil y pico.

Prácticamente, no hace ruido, tiene cuchillas de precisión, revestimiento skin glade, sensor control de movimientos, y cabezales flexibles, encima en oferta.

Al profesional J. le puse una reseña en Internet de alto vuelo, para que cuando la lea se vuelva loco de alegría, algo enmascarada, eso sí, a pesar de tratarse de una acción que deberían imitar aquellos que venden más de lo necesario, o se lucran con exceso o son incapaces de resistirse a la avaricia.

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