Ahora que esperamos a la elección del nuevo Papa muchos coinciden en que estamos entrando en una nueva época. Esto es peligroso porque no todos están conformes con adaptarse a las innovaciones. Incluso la práctica política es diferente y lo que antes nos resultaba inconstitucional, antidemocrático y autoritario nos tiene que parecer normal. Estos cambios no son solo de sistema sino que afectan además al comportamiento moral. De esta manera a unos les resulta aberrante lo que a otros les parece estrictamente necesario.
Hay quien responsabiliza de esto a situaciones extremas como pandemias, crisis económicas, guerras y abusos. Antes nos anunciaban el desembarco en una nueva normalidad, pero lo cierto es que ya estamos en ella y a nadie le gusta. Por eso la muerte del Papa Francisco abre el debate sobre la ruptura o la continuidad. Algo parecido a lo que nos ocurrió en la Transición. El ambiente es como si de la Capilla Sixtina fuera a surgir un hecho de extraordinaria trascendencia que vaya a condicionar nuestro futuro.
A mí me coge un poco descuadrado, pero son cosas que he visto antes. Se pierde el respeto y la vergüenza en una situación de todo vale. Ya la mujer del César no debe aparentar ser honrada. No hace falta. Se inventa una coartada y una buena justificación, y podrá seguir ejerciendo de amoral porque siempre habrá una masa, coyunturalmente afecta, dispuesta a perdonárselo todo. No pasa nada. Son los buenos tiempos que corren. Los cardenales tendrán que tener en cuenta estos aspectos y actuarán en consecuencia. Lo que está en cuestión es la infalibilidad del Cónclave. Si el resultado no sale a gusto del consumidor los que hoy se lamentan por la muerte de Francisco acusarán de fraude al Espíritu Santo. Menos mal que hay que esperar a la fumata porque aquí las filtraciones de los datos confidenciales no son posible, y están castigadas con excomunión.
Si (
No(
