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Los tambores y las trompetas piden paso

Por José Luis Azzollini García
lunes 14 de abril de 2025, 11:32h

¡Al cielo! Así se ponen en marcha, en estas fechas, unas horas de devoción con olor a incienso; viéndolo naturalmente, desde la perspectiva de la Iglesia y de quienes profesan su religión. Para el resto de los mortales, ese toque que dan los capataces con el martillo o llamador, sobre la tarima del paso, les avisa que han de apagar las luces y cerrar las puertas de los bares abarrotados de un gentío que no desea “perderse” ni un minuto de tan sacro evento. Pasada la procesión, ya se podría seguir con la tarea en la que se estaba metido, que no era otra que la del levantamiento de vasos y el bullicio. Puede que alguien con algo más de vino de la cuenta, en su cuerpo, se atreviera con alguna saeta; pero no se le prestaría atención porque, las verdaderas, se escuchan en otros puntos del recorrido.

Todo esto que, sobre todo en el sur y centro de España, se vive con una devoción que roza lo profesional, se ha exportado a todos los lugares donde sus habitantes, han ido emigrando. Sevilla y toda Andalucía han sido exportadoras de imaginería, de cofradías, de capirotes y de todo cuanto rodea a la conmemoración del sufrimiento, crucifixión y resucitación del Cristo redentor del cristianismo. Insisto en la valoración desde quienes profesan y se confiesan creyentes. Pero en el mismo paquete, también se exportó, como digo, otros elementos de la Semana Santa; y Canarias, islas donde lo turístico se mezcla con lo eclesiástico, no iba a ser menos. Sobre todo, porque desde tierras andaluzas, llegó muchísima gente en la época de la conquista y con ellos, llegaron sus costumbres.

En Canarias, las fechas de Semana Santa, saben a “puente tipo acueducto”; saben a torrijas con miel; saben a hermandades cerradas de “aparentes” seguidores de alguna de las imágenes que procesionan por las calles de las principales ciudades, villas y plazas más destacadas; saben a gran negocio para guaguas turísticas, agencias de viaje y demás actores del mundo de turismo. Semana Santa, en Canarias sabe, en definitiva, a una mezcla variopinta entre gente con túnicas, capirotes, cirios, peinetas, pañuelos, mantillas y también, gente con bermudas, chanclas con calcetines, cámaras de foto y olés, sin que haya salido ningún toro al ruedo. Es lo que tiene el vivir la Semana Santa en una tierra, eminentemente turística.

Pero no nos despistemos; una cosa no quita la otra y el hecho de que vivamos traduciéndolo casi todo al lenguaje turístico, no quiere decir que en las islas no conozcamos lo que es una procesión, su emotividad y el recogimiento que cada una de ellas, produce en la gente. De hecho la actividad que se aprecia, salvando las distancias, recuerda a lo que se vive de un año para el otro en la preparación de los carnavales.

Las ciudades donde poder ver, analizar y dejarse embriagar por toda la solemnidad de las magnas reuniones entorno a las imágenes que suelen procesionar por sus calles, son bastantes en las Islas Canarias; pero, si queremos ver su máxima expresión, tendremos que recorrer algunos puntos neurálgicos, entre los que están las dos capitales de Canarias, pero también otras ciudades como San Cristóbal de La Laguna, La Villa de La Orotava, La Villa de Adeje, Los Realejos, en Tenerife; Telde, en Gran Canaria; Santa Cruz de La Palma y Los Llanos de Aridane en La Palma y Puerto del Rosario en Fuerteventura. Lo que no quiere decir que en otros lugares no se puedan ver preciosas procesiones y magníficas tallas que rememoren la parte sacra de estas fechas; pero, por lo que sea, reúnen a menos público que en los mencionados.

Extrayendo de las ciudades y pueblos nombrados, algunas en las que he sido testigo de su puesta en escena y que me han llamado la atención, me quedaré con algunas referencias. Como son las de Santa Cruz de Tenerife. Recuerdo desde mi niñez como una larga fila de gente, se iba acercando a la altura de las ventanas de nuestra casa en la calle de La Rosa y aquella banda de música tocando los sones adecuados para favorecer el silencio y dejar que la devoción fluyera. Mi madre nunca nos dejó que saliéramos a ver el encuentro, pues se producía a unas horas en las que la prudencia no permitía que la gente menuda estuviera en la calle. ¡Me la perdí!

En la Villa de La Orotava, existe también mucha devoción en estas fechas, y desde sus importantes iglesias, salen en procesión, un número de imágenes realmente preciosas, a las que le sigue una riada de gente con la vestimenta adecuada para representar a cada uno de los grupos que componen sus agrupaciones eclesiásticas. Bien sea con capirote, bien sea de riguroso negro, el acompañamiento a cada imagen, se convierte en tal acumulación de personas que, hoy en día, hay momentos en los que la comitiva es bastante mayor que la gente que se reúne en las aceras por donde discurre el evento.

En La ciudad de S. Cristóbal de la Laguna, la actividad que rodea a todo lo que huela a incienso, y luzca hábitos apropiados para seguir a los pasos, roza casi una exagerada pasión -denominarlo fanatismo me parecía excesivo-. Las cofradías y hermandades se nutren de personas que han de creer mucho en lo que hacen, pues suelen perderse la oportunidad de estar en la costa tostándose al sol. En algunos casos, conozco a gente que han cogido un apartamento en el sur y cuando llegaba el jueves, viernes y/o sábado santo, dejaban el alojamiento para cumplir con su compromiso cofrade. También conozco a otros que se pueden lamentar de no poder coger en el apartamento que el primero dejaba. Cualquier cosa antes que estar pendiente al toque del martillo.

En la Villa de Adeje, y en Sta. Úrsula, representan una parte de lo que cuenta la Biblia sobre el padecimiento de Jesucristo y por sus calles y plaza se hace el silencio para dejar que los actores y actrices intervinientes -hasta donde sé, son gente de la localidad- lleven a cabo esa exposición de los hechos. Naturalmente, esto se ha convertido en un producto a vender, turísticamente hablando, ¡y se vende! Sobre todo en el primero de ellos. Pensar en que algo tan bien elaborado no fuera a llegar al mundo del Turismo sería impensable.

Pero, si tuviera que elegir una celebración por encima de las demás -algo muy difícil, la verdad- me quedaría con la actividad que se desarrolla en Santa Cruz de La Palma. Impresiona ver, casi la longitud de la calle Real, cubierta por una multitud de gente con los colores blancos, morados, negros, de sus túnicas que acompañan a cada una de las imágenes que representan a sus distintas hermandades. El silencio, solo es interrumpido por el tañido de los tambores, el toque de las trompetas o las melodías de sus varias bandas de música. El respeto, es lo característico del momento y los flases de fotos, obviamente, no se hacen esperar pero, no me digan por qué, solo hacen acto de aparición en momentos muy puntuales. ¡Hasta las autoridades políticas, militares y del clero, parece que han estado ensayando! Sin duda alguna, las trompetas y tambores de la Semana Santa, también suenan en Canarias.

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