En las últimas arengas o discursos públicos, recitados con elocuencia o vociferados, en foros locales o internacionales, a cargo de supuestos “apóstoles”, que tienen sobre sus espaldas -por no mencionar otras partes menos nobles del cuerpo- el devenir de las naciones, no encontré nada digno de resaltar, me refiero a resaltar sin adjetivos insultantes.
De pronto, una exposición de mentira, expresada frente a un auditorio de mentira, por alguien a quien nunca se le entendía nada -su objeto no era que se le comprendiese, sino que causar gracia- me impresionó.
Bien vestido, sin mover la cadera ni bailotear como era su norma de actuación, nuestro protagonista se despachó a lo largo de casi ocho minutos con una arenga nada agresiva, no pretendía enfadar.
Conseguí copiar su alegato, y como es una pieza que pertenece al imaginario colectivo, me permití el atrevimiento de editarlo, ya que transcribirlo completo excedía el espacio de esta columna.
Al inicio, luego de las presentaciones, se dirige al centro del interés: “Estamos pasando un momento crucial en que la humanidad se enfrenta a la misma humanidad, viviendo un momento histórico en que el hombre, científica e intelectualmente, es un gigante, pero moralmente un pigmeo.”
Luego desliza un mensaje de denuncia: “... no considero justo que la mitad de la humanidad, sea la que fuere, quede condenada a vivir bajo un régimen político y económico que no es de su agrado, solamente porque un frívolo embajador haya votado, o lo hayan hecho votar, en un sentido o en otro".
Me había olvidado decirlo, nuestro “charlatán” está hablando ante un pleno de ficción de las Naciones Unidas, a punto de explicar las tres razones por las que no va a votar a ningún bando.
“Primera, porque no se sería justo que el solo voto de un representante decidiera los destinos de cien naciones; Segunda, porque estoy convencido de que los procedimientos, repito, recalco, los procedimientos de los "Colorados" son desastrosos. Y tercero, porque estoy convencido de que los procedimientos de los "Verdes" tampoco son de lo más bondadoso que digamos.”
El discurso, pronunciado en el año 1996, aclara que habla de procedimientos, no de ideas ni de doctrinas que son respetables, aunque puedan ser “ideítas” o “ideotas”, pues el respeto al derecho ajeno es la paz.
“… El día en que pensemos igual y actuemos igual dejaremos de ser hombres para convertirnos en máquinas, en autómatas. Este es el grave error de los “Colorados”, el querer imponer por la fuerza sus ideas y su sistema político y económico, hablan de libertades humanas, pero yo pregunto: ¿existen esas libertades en sus propios países?
Tras justificar por qué no votaría por los “Colorados”, se encara con los “Verdes”: “porque también tienen mucha culpa de lo que pasa en el mundo, y aunque hablan de paz, democracia y cosas muy bonitas, a veces pretenden imponer su voluntad por la fuerza del dinero... Ustedes también han sucumbido ante el materialismo, se han olvidado de los más bellos valores del espíritu pensando solo en el negocio, poco a poco se han ido convirtiendo en los acreedores de la humanidad y por eso la humanidad los ve con desconfianza."
Empieza a concluir: “Pero esta aspiración no será posible si no hay bienestar común, felicidad colectiva y justicia social. Es verdad que está en manos de ustedes, de los países poderosos de la tierra, “¡Verdes y Colorados!”, el ayudarnos a nosotros los débiles, pero no con dádivas, préstamos, ni con alianzas militares. Ayúdennos pagando un precio más justo, más equitativo por nuestras materias primas, ayúdennos compartiendo con nosotros sus notables adelantos en la ciencia, en la técnica, pero no para fabricar bombas, sino para acabar con el hambre y con la miseria.
Ayúdennos respetando nuestras costumbres, nuestras creencias, nuestra dignidad como seres humanos y nuestra personalidad como naciones por pequeños y débiles que seamos; practiquen la tolerancia y la verdadera fraternidad que nosotros sabremos corresponderles, dejen ya de tratarnos como simples peones de ajedrez en el tablero de la política internacional.”
El "político" sabe que tiene que empezar a terminar y en la tribuna no se lo ponen fácil. “Reconózcannos como lo que somos, no solamente como clientes, si no como seres humanos que sentimos, que sufrimos, y lloramos. Señores representantes, hay otra razón más por la que no puedo dar mi voto: hace exactamente veinticuatro horas que presenté mi renuncia como embajador de mi país.
Consecuentemente, no les he hablado a ustedes como Excelencia sino como un simple ciudadano, como un hombre libre, como un hombre cualquiera, pero que, sin embargo, cree interpretar el máximo anhelo de todos los hombres de la tierra:el anhelo de vivir en paz, de ser libres, de legar a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos un mundo mejor en el que reine la buena voluntad y la concordia.
Y qué fácil sería, señores, lograr ese mundo mejor en que todos los hombres blancos, negros, amarillos y cobrizos, ricos y pobres pudiésemos vivir como hermanos".
Antes de despedirse, explica un mandamiento bíblico, a su juicio malinterpretado, cuando el avance humanitario consiguió cambiar el verbo amar por otro parecido, armar, eso sí, los unos a los otros.
Cantinflas, sí, ¡Cantinflas!, en su discurso de película, concluye su parrafada con un “He dicho”. Su actuación se puede ver si uno pone el título de la obra: “Su Excelencia” en cualquier plataforma.
Sorprende que alguien que nos ha hecho reír tanto con sus disparates, se difunda medio siglo después con algo tan atinado, digno de escucharse. Ignoro si es ingenuidad o desesperación la cita de hoy, pero prefiero mil veces los mensajes de Cantinflas a los de tantos energúmenos iracundos que amenazan con romper todo, sin ningún respeto por sus congéneres.