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Libertad sin ira

Por Julio Fajardo Sánchez
jueves 06 de marzo de 2025, 14:32h

Venía oyendo la radio. Hablaban de memoria democrática y de fondo se escuchaba “Libertad sin ira”. Tengo la suficiente memoria como para que no necesite que alguien me la insufle. Seguí atento al texto de la información y me di cuenta de que cada vez hay menos libertad y más ira. No sé de quién es la culpa, pero me sirve un refrán que decía mi abuelo: “El primero que lo huele debajo lo tiene”. No me consuela que este ambiente sea genérico, como una pandemia que invade al planeta. Lo que sí me alarma es que nadie lo considere así y no intente poner remedio a una enfermedad que asola a la humanidad.

La falta de libertad y el aumento de la ira es un factor preocupante, pero denunciarlo es inútil, porque siempre habrá alguien que interprete que te refieres a los otros sin admitir que el mal nos afecta a todos por igual. A mí me ha correspondido la rareza de intentar ser neutral en este observatorio de la discordia, y esto me arrincona en el insufrible espacio del aislamiento. Sin embargo, me siguen sirviendo las palabras de la canción, quizá porque le concedo a esta forma de comunicación una importancia que tal vez no tiene. “Libertad sin ira, libertad. Guárdate tu miedo y tu ira”.

Con libertad y sin ira vivimos los españoles los mejores años. Yo tenía 35 cuando escuché este himno por primera vez. Pero desgraciadamente he sido testigo del tiempo en que ha empezado a decaer, de cuando se inicia la demolición de lo que tanto nos ilusionó y se vuelve a soñar con lo que se quería olvidar: la falta de libertad y la abundancia de ira. A partir de 1978 salían coches con altavoces y las calles se inundaban de libertad sin ira. Yo era el primero en promoverlo, pero todo se acaba en esta vida. Ahora es solo un recuerdo, y, lo peor, una remoción de los viejos conceptos en su sentido más negativo.

Alguien me dice que el mundo está cambiando y me debo adaptar a los nuevos tiempos. Es posible que tenga razón. Ya no estoy para estos trotes. Ni siquiera para ostentar el derecho a conservar una memoria constructiva e ilusionante. Mi entrañable amigo Arturo Maccanti decía, con cierta sorna, que estábamos para quitar. Era muy gráfica esta frase. Quitar, borrar, dejar, abandonar, son todos verbos de la misma ralea. Los prefiero a sustituir y revolucionar. Al menos en la eliminación no sentimos el daño de la amnesia. Carlos Oroza, que tanto le gustaba a Arturo, decía en los 60, borrar las playas que ciegan nuestra memoria.

Acordándome de todo esto concluyo que no hay mayor atentado a nuestra libertad que manipular nuestros recuerdos. Y si se hace desde la ira, muchísimo peor.

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