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¿Serán, las pensiones, el nuevo juguetito político?

Por José Luis Azzollini García
lunes 27 de enero de 2025, 12:20h

Antiguamente los niños cuando llegaba la hora del juego, se entretenían con los cochitos, o con los soldaditos. Las niñas preferían jugar con las muñecas y los carritos de bebés. Todos y todas teníamos claro lo que necesitábamos para nuestros ratos de divertimento. Cuando el tiempo de ocio era compartido, jugábamos a las casitas -momento en el que se ligaba, pero sin saberlo-, al “corre-corre que te pillo”, o a las cartas jugando a las familias con el papá bantú o la abuela tirolesa. No era necesario buscar mucho más para ser feliz. Pero la gente crece y toda aquella tropa de inocentes, al volverse adultos, hacen que algunas cosas cambien, aunque no tantas como se pudiera pensar. De hecho el querer seguir jugando con casi todo lo que esté a su alcance, aunque no sea de su propiedad, sigue siendo la tónica. Cuando éramos niños y tocábamos mucho las narices a nuestros mayores, oíamos una frase que no repetiré y que en su lugar, usaré una parte de la letra de Joan Manuel Serrat: “niño, deja de joder con la pelota”. Hoy lo que dan ganas es decirle a más de uno de los mayores de hoy, que fueron los niños de antes, aquella otra frase, para que se “pongan a jugar con lo que…piiii.”

En estos días, con toda la tropa muy crecidita ya, estamos ¡una vez más! enfrascados en las artimañas -hace tiempo que, para gran parte de la ciudadanía, dejaron de ser estrategias- que la gente que saca su sueldo de la política, ha vuelto a retomar. Resulta que al Parlamento, algo así como su patio de recreo, uno de los políticos ha traído un conglomerado de argumentos nuevos, a modo de nueva pelota, con la que quiere que todos jueguen. Ese personaje que va vestido de bondad, y de buenas mañas, dice que es un juego con el que conseguirán hacer felices al resto de españolitos -sí, también a las españolitas- de a pie; aunque este último grupo no esté invitado a participar sino una vez cada cuatro años. Para participar en el juego, han de decir, simplemente: “yo quiero”. El que no lo diga, no se podrá sentir dichoso de haber conseguido el bien universal para toda la población. Es un juego entretenido, pero con el que se corre algún riesgo, nada peligroso, pero riesgo al fin y al cabo. El riesgo es que, parece que jugándolo, se juega también a lo que no se desea jugar.

El entretenimiento, comienza con el hombre bondadoso explicando la maravilla que trae al ruedo. Mientras tanto todos le prestan atención de una manera u otra. Algunos le miran con admiración ¡qué bien habla! ¡Qué bien lo expone! al tiempo que le escuchan y aplauden; otros, se muestran más serios en incluso parecen revolverse en sus mullidos sillones, pero también le están poniendo la atención debida. Los pequeños grupos de jugadores, ni le prestan atención y ni les interesa que alguien crea que lo hacen. Simplemente, pasan tres pueblos de lo que les diga este orador, al que saben que lo tienen acogotado con una cuerdita muy corta, que de vez en cuando tensan para sacarle los colores y los ojos de las cuencas. Juegan con la ventaja de conocer, su nivel de participación, antes de que aquel señor tan serio y de brazos largos y nariz flexible, comenzara a disertar sobre el juguete que traía. Un grupo de color azul marino y actitud algo soberbia, ya ha dicho -leído en el Mundo.es- que traiga el juguete que traiga, “nati de plasti”. ¡No se sabe qué pintan en el patio!

Una vez que termina de hablar -algunos le llaman a ese proceso, parlamentar- saltan todos como si tuvieran un resorte en cada uno de sus asientos y se disponen, por el orden que se establece en aquel patio de recreo, a ponerlo, simplemente “a parir” o si se prefiere a “caer de un burro”. Los gritos, insultos y demás formas de expresar la disconformidad, se manifiestan coreográficamente con tal contundencia que parece como si se estuviera discutiendo lo que el representante del nuevo juguete había explicado minutos antes. Pero, ¡qué va! Lo que hacen es, simplemente, aprovechar la coyuntura para hablar de su libro. ¡Es todo tan clarificador que da gusto haberles votado!

Al final, todos deciden qué se debe hacer con el nuevo paquetito que su dueño trajo al “patio” para jugar al divertido pasatiempo de la política. Pero, entre tanto tira y afloja, el paquetito salta por los aires y cae al duro suelo, donde se rompe en mil pedazos. Queda, entonces al descubierto, que dicho envoltorio contenía otras cosas distintas a las que cada uno de ellos querían jugar por separado. Los del sector azul claro estaban dispuestos a aceptar el jugar a lo de subir las pensiones, facilitar el bono bus y ayudar a la gente de Valencia y de La Palma. Para otro pequeño grupo, esas cosas estaban bien, pero lo de este país, no entra en sus seseras de raza acostumbrada a comer más butifarras que cocidos y pucheros. Otro de los pequeños grupos de amiguitos que también tuvieron algo que ver en que no se jugara a lo que el dueño del paquetito quería jugar, ya he comentado que por el solo hecho de que lo traído “aquel señor”, pues que no quieren saber nada. ¿Cómo hay que decirlo? ¿Para qué van?

Teniendo en cuenta el interés del proponente y el más que evidente desinterés del resto de jugadores en atender a su petición, era muy evidente que aquel paquete, cayera el suelo y dejara ver que en su interior había tantas buenas cosas como algunas menos entendibles. Había medidas para actualizar, al alza, los sueldos de los pensionistas. Por razones obvias y dada mi edad, se entenderá que la dé las “malditas gracias” a la bancada azulina del Parlamento -paso de valorar lo hecho por los separatistas y los azul marinos-. Había medidas para que el bono bus, siguiera costándole cero euros al usuario directo. Otro motivo para saludar a los azulinos, y continuar pasando de lo hecho por los pequeños profesionales en eso de poner palos en la rueda. Contenía, igualmente, partidas presupuestarias para ayudar a la gente de Valencia, La Palma y a quienes deben mantener a los jóvenes migrantes. No me afecta directamente, pero estoy seguro de poder hacernos eco del grito en el cielo que habrán emitido todas las personas directamente perjudicadas de la rotura del paquetito de marras. Sí, sigo pasando olímpicamente -como hacen ellos- de lo que digan quienes defienden los derechos únicos y universales del pequeño rincón mediterráneo del país. De los “azul marino”, de los azul marino… ¿Cómo se nos tiene que decir? ¡A propuestas emitidas por laringes inconscientes, trompa de Eustaquio en estado invernal! Que decía un amigo mío.

El paquetito, al que se le da el nombre técnico de Real Decreto 9/2024, contenía dentro de ese otro buen montón de pequeños paquetitos, uno tan importante, como para que el grupo de azules, decidiera “romper la baraja”: un pequeño palacete ubicado en París, ¡en París! ¿Ese es su argumento, señor Feijoo? Al final, y como se puede deducir, todos se quedan jugando a lo que más parece gustarles; aunque para ello, haya que poner a la ciudadanía en el último lugar de los beneficiarios. ¿Se busca el beneficio de la población cada vez que ellos interactúan en el Parlamento? ¡Unas narices! Cualquier oportunidad para machacarse entre ellos, se convierte en la gran ocasión. Los unos pondrán disculpas absurdas ¡un palacete! Y los otros, pudiendo solucionarlo con un Real Decreto, solo se quejarán de todo lo mal que ha hecho aquella otra gente.

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