El pasado martes el Rey pronunció su tradicional discurso de Navidad. Comenzó y terminó recordando a las víctimas de la DANA, y entre medias hizo especial mención a dos asuntos de interés público en nuestro país: la inmigración y la vivienda. Pero las palabras más trascendentales de su alocución giraron en torno a una idea central: la búsqueda del bien común. A partir de ahí era previsible la crítica de los partidos nacionalistas, que se dividen en dos grupos: aquellos a los que les trae sin cuidado el bien común de los españoles, y aquellos que consideran que cuanto peor le vaya al conjunto de los españoles, más crecen las posibilidades de éxito de su proyecto de ruptura con España. Hasta aquí lo normal por estas fechas.
La novedad este año vino por los extremos. A Sumar y Podemos, los partidos de izquierdas que más hablan de la gente y del bien común (aunque luego les vote poca gente), no les gustó ese bien común que citaba el Rey. A mí me parece que no les gustó precisamente por eso, porque lo citaba el Rey. Si esas mismas palabras hubieran salido de boca del presidente de la Tercera República española las hubieran aplaudido. Pero no era suficiente con manifestar una legítima discrepancia con el Jefe del Estado. Para cualquier extremista el respeto es una cosa blandengue, como fofa, aunque luego saluden en persona con la mano flácida. Hay que arrear duro en las redes sociales, así que a Podemos no se le ocurrió otra cosa que tachar de ultraderechista a Felipe VI.
Por fin el Rey encajonado, no en la defensa genérica de la Constitución que tanto molestó al independentismo catalán aquel 3 de octubre de 2017, sino en un partido político concreto. El miércoles, día de Navidad, quedábamos a la espera de las manifestaciones de júbilo en Vox. Uno imaginaba a Santiago Abascal celebrando públicamente la incorporación del monarca a su proyecto político, pero se hizo el silencio. Había que tener paciencia, pensamos, era una jornada festiva que se dedica a los seres queridos. Llegó el jueves, seguíamos en vilo… y nada, mutismo absoluto en la ultraderecha.
Tengo escrito muchas veces que el silencio también comunica. Que ningún representante de Vox valorara las palabras de Felipe VI no podía ser una casualidad. El partido de Abascal tiene votantes (no los tengo contados, pero yo creo que son minoría) que consideran que tenemos un Rey blandengue, fofo, de autoridad flácida frente a la conducción temeraria que practica Pedro Sánchez, un tipo que concibe la política como un derrape continuo, siempre al límite, rozando el guardarraíl en cada curva, sin importarle dejar las instituciones democráticas como el coche del Vaquilla tras una persecución policial.
Esos militantes duros son los que llevan tiempo imponiéndose en Vox. Son los que creen que el Rey debería ser algo parecido a un guardia civil de tráfico con capacidad para sancionar los excesos de velocidad de Sánchez. Pero nuestra Carta Magna sólo le otorga poderes para ordenar la circulación… y no en todos los atascos. Están enfadados con Felipe VI porque cumplió con su obligación constitucional de sancionar una infumable Ley de Amnistía. Felpudo VI, le llaman los pata negra de Vox.
Es curioso este viraje antimonárquico, porque una de las funciones de la jefatura del Estado es encarnar la unidad de España, santo y seña del partido de Abascal. Es revelador ese cambio de criterio, y más en estos momentos en los que crece el apoyo popular a la Casa Real, no tanto porque haya más monárquicos en España, sino porque una mayoría creciente de ciudadanos consideran que la institución cumple con las funciones que tiene asignadas. Nada más, y nada menos.
Cada día es más evidente que Vox está quedando en manos de ideólogos que recuerdan al Pablo Iglesias que hace diez años prometía romper el “candado” de la Constitución para acabar con un “régimen que se derrumba”. Sus actuales dirigentes no lo reconocerán porque sonaría terrible a sus votantes más tradicionales, pero Vox, el partido de la “gente de orden”, va camino de convertirse en un partido antisistema, con objetivos compartidos con la extrema izquierda de este país. Como tantas veces, los extremos acaban por tocarse.