El pasado fin de semana, con la inercia meteorológica de los primeros días de la semana en curso, hemos tenido una tormenta marcada por el viento y sus consecuencias en numerosas zonas de las islas Canarias, marcada por la prudencial decisión de suspender eventos sociales, públicos y privados, para evitar consecuencias indeseadas en la población. Dorothea es su nombre de guerra. La tormenta tiene nombre de actriz norteamericana de película del Oeste. Después de lo acontecido en Valencia, cualquier decisión que apela a la prudencia es tomada, no sin alguna actitud defensiva o preventiva, evitando la posible crítica a la responsabilidad pública de las autoridades.
Esta mañana, haciendo memoria de su infancia, me describía mi madre un momento en la vida de mi abuelo, una mañana tras una tormenta como esta en el norte de Tenerife. Mientras contemplaba la finca de plátano en la que era medianero, deshecha por el viento, de pie, con su sombrero enterrado hasta donde podía y con la mirada hacia el suelo. Concluyó mi madre que, aún así, no perdió la confianza en Dios. Habría que volver a empezar, y “(…) que Dios nos acompañe”. Acoger y asumir lo inevitable y dejar de sentir que la queja sirva para algo distinto que la parálisis de la voluntad resiliente.
Volver a empezar. Retomar el esfuerzo y seguir confiando. Sacar aquello que de bueno se encierra en toda situación, generando solidaridad y emprendiendo el camino. Si las cosas no salen a la primera, no significa que no puedan salir. Volver a empezar una vez y otra vez, hasta conseguirlo. La vida no es lineal. Tiene curvas y dificultades. Enterrarnos el sombrero y, agachar la cabeza porque es complicado vivir, pero retomar el camino y volver a empezar. Otra vez. Y otra. Hasta el final.
Creo que Dorothea es el nombre de una maestra típica en la conquista del Oeste. Su escuela está hecha de madera, y el grupo de alumnos es mixto y de distintas edades. Hay una ventana abierta que da a un desierto con montañas al fondo. Los niños tienen un pizarrín individual en el que copian lo que la maestra escribe en la pizarra de la clase. La señorita Dorothea es buena en lo suyo y sus alumnos, y sus padres, la aprecian mucho, a pesar de sus exigentes métodos poedagógicos. Porque “(…) un nuevo mundo necesita personas bien formadas”.
La nuestra, nuestra Dorothea medioambiental del pasado fin de semana, también es una buena maestra. Al menos a mí me ha hecho recordar -evocado por la memoria de mi madre- la importancia del volver a empezar. El aceptar la frustrante decisión de suspender una feria preparada durante tanto tiempo y en la que se habían puesto grandes esperanzas, posponer una campaña social de búsqueda de recursos sobre los hombros de unos costaleros que ensayan, y no decaer en los empeños, es una extraordinaria enseñanza. Y estas cosas se aprenden no por discursos teóricos, sino con la experiencia de la vida.
Volver a empezar no es ya lo mismo que iniciar una actividad. Ya se lleva la experiencia de la vez anterior y la fuerza interior de un nuevo comienzo. No solo somos el resultado de lo emprendido, sino la suma de todos los momentos en los que, tras una caída, nos hemos vuelto a poner en pie.