Escribir un cuento por Navidad forma parte de la cultura periodística occidental. Tanto como poner una película con James Stewart y un ángel que viene a salvarlo de su desesperación. En esta fiesta se conmemora el nacimiento de un niño entre pajas. Es el triunfo de la pobreza que acaba imponiendo una idea de solidaridad en el mundo. Todos se enternecen con la imagen y les gustaría ser la mula y el buey que calientan el ambiente con su aliento. Sin embargo, se trata de un espejismo porque la realidad morbosa se impone sobre cualquier atisbo de bondad.
En las campañas de ponga un pobre a su mesa, la verdad es que, al día siguiente, el pobre seguirá siendo pobre, en la familia no se acordarán de su nombre, y tendrá que ser mucha la casualidad para que al próximo año caiga en el mismo hogar. Las calles se llenan de lámparas Led, que consumen menos, pero que son el incentivo para que nos gastemos más de lo que tenemos. Me estoy olvidando de que un cuento de Navidad no puede ser negativo sino todo lo contrario. Por lo general es la exposición de una situación ilusoria que nos haga olvidar la ruindad y el egoísmo que hay a nuestro alrededor. Un ángel de paisano le viene a devolver la sonrisa al larguirucho, en un momento en que lo han despojado del uniforme y lo han sacado del avión desde el que bombardea objetivos en Corea o deja de tocar el trombón en una orquesta.
Putin tiene también a su niño Jesús, y me imagino que debe ser muy parecido al de Zelenski y al de Donad Trump. El niño Jesús viene en invierno, desnudito pasando frío en el portal de una casa donde no lo dejan entrar. De mayor se pasaba las noches a las puertas cubiertas de rocío esperando a que alguien le permitiera pasar. Mas no te abrí, qué ingrato desvarío, dice el poeta, y nosotros, tan panchos, viendo a Stewart en la tele y leyendo el cuento de Navidad en nuestro periódico favorito, al calor de la estufa.
Hoy no es el día para escribir el cuento de Navidad. He leído en La Vanguardia una entrevista a Santiago Segura que me ha hecho reír. Dice que tomar colágeno es lo mismo que comerse un ordenador para ser más inteligente. El mundo está lleno de colágenos que hacen de engañabobos. Siempre habrá alguien crédulo que diga; “algo me noto”, porque no hay nada como la fe para sanar todas las dudas sobre la bondad de las cosas. La gente se pone un gorrito rojo y cantan en coro, y salen en fanfarrias desafinadas donde todos hacen ruido con lo que tienen a mano. Así empezaron Los Sabandeños y mira dónde han llegado.
El ruido tiene sus fechas y esta es una de ellas. En Barcelona han cerrado el patio de un colegio salesiano porque traía a los vecinos en un sinvivir. Los niños hacen ruido porque tienen que hacerlo, aunque le chinche a los mayores. El único que parece estar en silencio es el niño Jesús, con san José y la virgen, la mula y el buey, los pastores y el ángel, en espera de que vengan los reyes magos. Dentro de unos días, cuando sea más autónomo, la virgen lavará los pañales para tenderlos en un romero. La ciudadanía se quedará ronca de cantar villancicos y con las manos enrojecidas de darle a la zambomba, mientras el pobre se irá a vivir, como los atorrantes, debajo del puente hasta el año que viene en el que le vuelvan a dar turrón con sidra El Gaitero.