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1975

Por Julio Fajardo Sánchez
domingo 15 de diciembre de 2024, 16:04h

Cuando faltaban 40 días para acabar el año 1975 murió en su cama del Pardo el dictador Francisco Franco. Hasta casi 8 meses después el presidente Arias Navarro se mantuvo en el poder. En ese momento, el rey Juan Carlos I nombró a Adolfo Suárez para que pilotara la Transición que nos llevó a la Constitución de 1978. Esto le costó que los compañeros de Alejandro Rodríguez de Valcárcel, que le había tomado juramento como el Cid en Santa Gadea, lo llamara “perjuro feloncete”. En esa época se reunían en la Costa del Sol los resistentes abogados del Estado, Carlos Arias Navarro, al que Cuco Cerecedo llamaba “Carnicerito de Málaga”, Pepe García Hernández, que había sido Gobernador Civil de Las Palmas, y Carlos Pinilla, que parecía ser el que tenía más coco de los tres. Había otros cónclaves en la zona, en torno a José Antonio Girón de Velasco, en Fuengirola, al que solía asistir José Solís Ruiz con su chaqueta blanca y su camisa azul, y en Churriana, el pueblo de los Utrera: Utrera Molina y Utrera Rabassa, que figuraban en un cartel anunciador a la entrada del pueblo.

No se podía decir que en esta España anterior a la Reforma política de 1977 se alumbraban signos de libertad para que ahora sean considerados merecedores de una conmemoración. Lo que sí es cierto es que a partir de 1977 se convocan elecciones a Cortes Constituyentes, encargadas de redactar un texto que dé cabida a las aspiraciones de todos los españoles, el que ha durado hasta el momento actual y que algunos dicen celebrar, pero van de la mano de quienes lo desprecian y pretenden demolerlo. En ese parlamento entran Santiago Carrillo, Dolores Ibarruri y Rafael Alberti, así como toda la representación de lo que sería después la España democrática. A partir de ese momento se puede asegurar que la libertad está abriendo sus puertas, no antes.

Hoy se defiende, aparte de la Memoria Histórica, que revisa lo anterior a la Transición (aportación de Zapatero), la Democrática (de Pedro Sánchez) dedicada a aclararle a los nuevos españolitos, incluyéndolo a él, cuáles fueron las circunstancias que mandaron en aquellos años de esperanza. Hacer descansar la democracia en la muerte de Franco, es más, empezar a celebrar su cincuentenario casi un año antes de que se produjera, me parece una falta de respeto a la verdad histórica y una aportación más a construir la memoria a base de mentiras.

No queda más que entender que se trata, otra vez, de un asunto de conveniencia. Todo este festival no tendría sentido celebrarlo en la fecha que le corresponde. Primero, porque en lugar de recaer el protagonismo sobre los auténticos artífices del milagro, lo haría sobre un cadáver al que se entierra y desentierra para aprovechar sus efectos políticos. Y segundo, porque el calendario indica que esperar a ese momento sería demasiado tarde para obtener el rendimiento que se desea.

Hace poco recibí en mi casa la visita de un destacado miembro de un grupo folclórico al que pertenecí y hablamos de la controvertida fecha de la fundación, que sus actuales integrantes fijan en dos años anteriores a cuando ocurrió realmente. Yo estaba presente, ellos no. Me explicó que en el año que lo decidieron temían por la salud del fundador ¿? Pues esto viene a ser lo mismo. Una mentira sobre otra no conseguirá hacer variar la historia. Anoche escuché en la Sexta la argumentación para defender esta decisión y me pareció endeble, sumisa y todo lo demás.

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