www.canariasdiario.com

Ya no da criollos el tiempo

Por Daniel Molini Dezotti
sábado 14 de diciembre de 2024, 10:51h

Un amigo, que me escribe desde Argentina, amante de la buena música, y divulgador de todo lo que tenga que ver con las cosas de su tierra, me mandó una canción que me dejó, en un primer momento, preocupado, por no decir temblando. Por suerte, casi al final de la escucha, conseguí el alivio que me permitió disfrutarla.

No solo lo hice un par de veces, dura poco más de 6 minutos, sino que luego transcribí la letra, autoría del poeta uruguayo Yamandú Rodriguez, que la tituló: “El Remate”.

Interpretada por Víctor Velázquez, artista conocido por mi corresponsal, la obra es una milonga, y se puede encontrar en Internet. Narra una subasta que se inicia un domingo de enero, en un lugar donde falta el aire, sobran las moscas, el sol fríe a las chicharras y duerme un “matungo azulejo”, que no es otra cosa que un caballo viejo y negro, cuyo brillo lo hace parecer azul oscuro, según los que saben, que no soy yo.

El poeta continúa con descripciones del entorno, como la presencia de algunos pollos con “árganas” que están con los picos abiertos, y en los charcos de sombra unas “guachas” bebiendo. No podría precisar lo que significan las árganas, sí las “guachas”, que definen a crías huérfanas.

Sucede a la hora de la siesta, cuando los caminos están calientes, los ojos azules de los cardos curiosean desde lejos y todo es dulce de tan pobre.

Lo que antecede es el contexto, quedan versos, pero en esta versión atrevida de canción llevada a texto, es ahora cuando comienza la historia, en un rancho, deshilachado de tiempo, donde un subastador remata las ropas de un criollo viejo.

Sorprende la cantidad de interesados por participar, hay muchos, vecinos, muchachos que hasta hace poco llamaban abuelo al viejo, que los mira triste, sabiendo que han ido a comprar barato cosas que no tienen precio.

No puede dejar de pensar, el anciano, con amargura: “Ya no da criollos el tiempo”

En un momento determinado, es interrumpido por un grito del vendedor: "¿Qué vale este par de espuelas?", mostrándolas como si fuesen dos lagrimones que llorasen por su dueño.

Recuerda el viejo lo que con ellas supo ganar, hace ya muchos inviernos. Y los mozos, disputando como caranchos, suben la oferta, disputando el corazón del abuelo. ¡Ay los caranchos!”

La naturaleza se enfada, el ceibo, árbol de identidad, se pone rojo de vergüenza, continúa el expolio y sigue el viejo pensando con amargura: “Ya no da criollos el tiempo”

Luego sale a la venta un poncho con flecos, gastado por el viento, que muestra la historia de su dueño, repleto de remiendos, de día con un celeste, de noche con un lucero.

Alguien ofrece toda la plata que tiene, otro sube una onza la oferta, el que vende sentencia: “¡si no hay quien dé más, lo quemo!”

Entonces cayó el martillo, en lo duro del silencio, un joven se lleva el poncho y muy cerca el gaucho viejo se queda temblando de frío, en una tarde de enero. “Ya no da criollos el tiempo!

De ese modo, en la bajada de su vida, perdió lo que ganó en el repecho, una a una, las ovejas, la ropa, “pilcha por pilcha”, el apero. Quisiera salvar del lote su mancarrón azulejo, para que lo agarre la noche en un caballo estrellero. No tiene más que uno. ¡Y ese lo quema el martillero!

Allí termina el remate, cobró su cuenta el acreedor y se aproxima el desenlace.

No puede parecer peor, cuatro desalmados, no explica los motivos el poeta, están esperando al viejo, en cuanto quieran salir lo van a dar contra el suelo.

Entonces, aquellos mozos se acercan a defenderlo y el más ladino le dice, entre temblón y risueño: que le habían comprado las ropas para salvárselas.

“Aquí tiene sus espuelas / Aquí tiene su azulejo / Uno le traía en los brazos / igual que un niño, el apero / y otro le entibia las manos / con aquel poncho de flecos.”

Lo que sigue no lo piensa el anciano, lo concluye el letrista: “¡Porque sigue dando criollos, muy lindos criollos, el tiempo!"

No pude reprimir las ganas de hacer algo con esta canción y el resultado, probablemente delictivo, con todos los visos de ser una apropiación indebida, es lo que acabo de perpetrar.

La brevedad del tema musical podría representar un ensayo partido por la mitad, la primera mostrando lo peor de la condición humana, la impermeabilidad ante el dolor y la necesidad ajena, que me fue generando tanta rabia que si hubiese podido meterme dentro de la canción para detener al subastador, lo hubiese hecho, con un buen guitarrazo que le sonara en la cabeza.

La segunda parte, una muestra de todo lo contrario, de las virtudes de la ayuda mancomunada, de que no solo en el arte son posible los finales sin llantos, que en definitiva son los que alumbran tiempos mejores.

Por supuesto que hay gauchos malos, tan malos que no merecerían ser considerados gauchos: no cantan, se aprovechan, hacen trampas, pero son muchos más los que pueden enfrentarlos, y por todos ellos me arriesgaré a ser denunciado como un ladrón de letras.

Pero no las tengo – a las letras- conmigo, continúan, de manera original, sin traducción y bien gaucha, como debe ser en:

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios