De casi todo lo que ocurre en España la culpa la tiene la oposición. El director de La Vanguardia, Jordi Juan, dice que ha hecho mal Feijöo al decir que es una vergüenza que España no haya asistido a Notre Dame, y lo achaca a un empeño en provocar un enfrentamiento entre Casa Real y la Moncloa, cuando solo se trata de un asunto de protocolo. Todo esto tiene que ver con que no se han dado explicaciones. A veces dar explicaciones es peor, cuando las explicaciones no iban a ser entendidas por nadie. A mí no se me ocurriría ninguna y cualquiera que me fueran a dar sería tan contundente como para llegar a convencerme. Me quedo con que a Notre Dame se le está dando más importancia de la que tiene, con que Macron es un cadáver político y que cualquier roce con alguien así no haría otra cosa que contaminarnos. El problema es que Francia es una de las claves de Europa y que mantenerla en una situación crítica sería hacerlo también con la UE. Alemania se la juega en pocas semanas y el señor Scholz estaba en París. También estaban Meloni y el presidente Mattarella, con lo cual las cuatro economías europeas se encontraban en el acto menos España. Alguien podría dar una justificación, pero parece que es preferible echarle la culpa a la oposición por preguntar, levantando la sospecha de que se pretenden desestabilizar las relaciones entre las instituciones del Estado.
Todos coinciden en que Notre Dame es un símbolo de la cultura europea, una idea de unión comunitaria que no debería minusvalorarse. Entonces me cuesta más entender cómo se pretende instalar la idea de que se trata de un tema menor. En ocasiones estos asuntos, considerados menores, son los más importantes.
En otra catedral, la de Valencia, los reyes han asistido a un funeral y el presidente del Gobierno no lo ha hecho. Durante la retrasmisión, la televisión oficial no se ha cansado de repetir el argumentario de que no era un acto de Estado, pero lo cierto es que sí lo era porque estuvo presidido por el Jefe del Estado, a menos que el Jefe del Estado sea otro distinto al rey, que también puede ser. Lo cierto es que, por razones que se dieran, todos los españoles sabían el porqué de la ausencia y tenían frescas en sus retinas las imágenes de la espantá de Paiporta. Para esto sí que hacían falta explicaciones, innecesarias por otro lado, para lo de Notre Dame no. Se han vivido dos escenas diferentes, las del interior del templo y las de la calle. Dentro la aceptación resignada de las víctimas ante el duelo, y fuera la indignación por la inoperancia de las autoridades. En medio una clase política empeñada en culparse mutuamente para intentar sacar rédito de la desgracia, como ocurre siempre, arrojándose los muertos unos a otros.