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Aprendiendo a esperar

Por Juan Pedro Rivero González
jueves 05 de diciembre de 2024, 06:00h

Pocas actitudes personales tienen la importancia de la esperanza. No me gusta mucho la tan sonada actitud que ejerce la castración del deseo como medio para evitar el sufrimiento y la frustración. “Si no quieres sufrir, no desees”, es como si nos dijeran que dejemos de ser humanos para no sufrir. Porque tener expectativas de futuro y andar hacia ellas con esfuerzo y creatividad es lo que nos identifica como seres abiertos, inteligentes y creativos. Anhelar, esperar, desear son aspectos entrelazados que miran adelante, al futuro. Quien ya no espera nada corre el riesgo de sentarse a esperar la muerte como su único futuro. Y si algo vale la pena esperar en esta vida es la Vida.

El tiempo de Adviento que estrenamos –estamos en la primera semana- es una marca o señal en el pellejo del año nos grita esperanza. Las calles se iluminan, preparamos regalos a escondidas, imaginamos la mesa compartida de la Navidad, encendemos las velas de la corona, decoramos el árbol y hacemos el Belén. Hacemos y vivimos poniendo en el futuro próximo nuestra ilusionada actitud. Lo hacemos porque somos capaces de habitar la esperanza.

¡Qué triste no tener nada que esperar! La tristeza de apagar la luz cada noche y poner la cabeza sobre una almohada que no nos diga nada, que no nos inquiete con alguna rendija de ilusión. Y, cada mañana, encender la luz con un renovado deseo de bien gozoso que sea capaz de iluminar la mirada. Despertar con una encendida esperanza encasquillada en nosotros. Tal vez los deseos y los anhelos puedan resultar baratos, cotidianos o hasta pobres. Pero nadie se levanta de la cama sin ser empujado por la esperanza. Aunque solo sea para conseguir llenar un plato que alivie las ganas de comer. Somos señores del presente, y mendigos de esperanza.

Igual que nos debemos educar en la memoria, y conocer de dónde venimos, debemos aprender a esperar; y aprenderlo bien para no esperar lo inadecuado o lo empobrecedor. No imagino a un docente entrando en un aula de Primaria con la certeza de que su alumnado no será capaz de aprender a leer ni a escribir, alimentando una frustración vital que reviste de inutilidad su labor cotidiana. Ni lo imagino ni lo puedo imaginar porque es una contradicción existencial. No imagino a un trabajador, de cualquier sector, que despierte un lunes diciéndose que su trabajo no va a ser recompensado de ningún modo y sea capaz de acudir puntual al mismo. Nos empuja la esperanza siempre. No imagino que seamos capaces de preparar un examen desde la convicción personal de que no lo vamos a aprobar. Imposible.

Que no nos engañen. La esperanza es “la” virtud. La esperanza es el deseo inteligente. Es la forma humana de existir. La esperanza existe en las cosas concretas que esperamos que, como una cadena, nos atan a lo real.

Entre el “dame” y el “toma” hay un tiempo de espera. Mayor o menor. Pero siempre hay un tiempo de espera. Ese tiempo es saludable porque nos capacita y muestra el camino de la esperanza. Entre el “quiero” y el “puedo” suele haber un tiempo de capacitación competencial. Y es bueno enseñarnos que lo inmediato tiene su ritmo y que saber esperar es fundamental. En la naturaleza todo tiene su ritmo, su tiempo, su momento. Poner una semilla en la tierra solo se hace movido por la esperanza. Encender una vela de la corona de adviento solo se hace porque esperamos que llegue lo grande y lo mejor.

Juan Pedro Rivero González

Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife

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