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El discurso

Por Julio Fajardo Sánchez
lunes 02 de diciembre de 2024, 09:45h

Comento habitualmente la actualidad de nuestro país, por eso, y no por otra causa, me permito hacer una valoración sobre el discurso de clausura del Congreso socialista de Sevilla, pronunciado por su Secretario General, elegido por cuarta vez, Pedro Sánchez. La organización del PSOE es e impecable y lo guionizado y puesto en escena raya la perfección. Las imágenes de fondo sincronizadas con la temática desarrollada y la división en paquetes de lo expuesto, ha sido eficaz y efectiva sobre una militancia necesitada de renovar el ánimo después de los últimos contratiempos. Imagina que igualmente habrá producido resultados positivos sobre una masa de electores incondicionales que son el suelo de partida con el que cuenta esta organización acreditada en nuestro territorio durante tantos años.

Pero abstrayéndome de estos aspectos dignos de admiración, es conveniente analizar sin pasión su auténtico contenido y concluir cuáles son las debilidades que se intentan atemperar con esta declaración, que tiene más de arenga que de exposición programática. Aparte de las bondades que se enumeran sobre lo ejecutado y lo que se promete conseguir, habría que detenerse en varias afirmaciones que creo que forman la base de la exposición, aparte de la enumeración de los cuatro pilares que formaban parte de las agendas europeas que ya estaban en marcha. Una declaración básica es la de convertir a España, y al socialismo español, en un referente europeo y hasta mundial, como si fuera el último baluarte progresista que quedara sobre el planeta. Se llega a afirmar que somos un modelo para el mundo. El problema estriba en que se reconoce y confiesa que esa ideología se encuentra sumida en una enorme crisis en la política occidental.

En lugar de preguntarse por qué, y hacer la autocrítica necesaria, se declara ampulosamente que nos estamos convirtiendo en la reserva espiritual de algo que descaece en el resto del planeta. El reto es ganar, porque es necesario el poder para gobernar y gobernar para transformar. Este argumento es el mismo que nos ha llevado a los pactos y compromisos que avalan el principio de que la necesidad hace virtud. Teniendo en cuenta esta premisa, y el hecho de es imprescindible el concurso de otras fuerzas, no se entiende cómo no se hace alusión a los compañeros del Gobierno de coalición, y tampoco a aquellas fuerzas parlamentarias que se unen en el bloque común de rechazo a la derecha. En este sentido, ninguna novedad, porque la base de las actuaciones de estos últimos años es la de aislar con el muro de las deslealtades a los que se les exige un compromiso institucional a la vez que se les niega su existencia democrática, como si fueran un demonio execrable.

Luego dice que en 2027 volverá a ganar las elecciones generales, autonómicas y municipales, como si eso lo hubiera hecho en 2023. También se insiste en el acoso de la máquina del fango, pero no se amenaza con leyes coercitivas que restrinjan la libertad de información, ni se señala a jueces y fiscales corruptos, como se ha insinuado en declaraciones aisladas durante el transcurso de estas jornadas. En eso ha existido una enorme y respetable prudencia. Poco más que añadir a un discurso que ha logrado entusiasmar a la audiencia, a pesar de que detrás hay un país que contempla un panorama diferente al que se diseña, donde no impera el mismo optimismo.

Este lunes empieza una nueva jornada y los ecos del Congreso y del discurso se verán apagados por la realidad, cuando la prensa vuelva a hablar de Aldama, de Lobato y del Fiscal General, y nos devuelva a la cotidianeidad de lo de todos los días, y volvamos a hablar de jueces fachas, del pequeño Nicolás y de fotos trucadas. Entonces, a las palabras de Pedro Sánchez se las habrá llevado el viento. Enhorabuena a la delegada del Gobierno en Valencia, que ha conseguido una silla en la ejecutiva.

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