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Va de toros

Por Julio Fajardo Sánchez
martes 19 de noviembre de 2024, 11:08h

La encuesta de Gad3 para Mediaset dice que la coalición de Gobierno, PSOE más Sumar, pierde 33 escaños en unas hipotéticas elecciones. No sé si esto es mucho o poco o si se trata de expectativas reales, pero, en cualquier caso, se corresponde con una inestabilidad que no se puede ocultar, a la vista de las dificultades que ha tenido María Jesús Montero para sacar adelante en la Comisión de Hacienda su reforma fiscal.

¿Estas situaciones se reflejan en las encuestas o son las encuestas las que influyen en estas situaciones? El panorama no es optimista a pesar de que Iván Redondo y otros hablen de un horizonte despejado hasta 2027. Por menos de esto en Alemania se ha declarado una crisis que obliga a celebrar elecciones dentro de menos de tres meses. No se puede seguir aclamando al torero en la plaza mientras se desangra por las cornadas que le ha metido el morlaco, que, por si fuera poco, es amigo. España, con el permiso del señor Urtasun es un país taurino, y lo que ocurre en la plaza sirve para medirnos el pulso. Cuando llegan las cinco de la tarde hay que recordar a Lorca. ¡Qué sería de Lorca sin los toros! “A lo lejos ya viene la gangrena, trompa de lirio por las verdes ingles”. Aquí nadie llama a la luna para que nos oculte la realidad. Qué maravilla de imagen la de la luna que viene a tapar la sangre que se derrama sobre la arena. ¡Dile a la luna que venga! dice el poeta, y el mundo se estremece con un llanto que solo ve él y los millones de almas cándidas que se enternecen con la escena. Esa plaza de Federico es universal, a pesar de que nos pongamos una venda en los ojos, la misma que le ponen al caballo del picador, ese que está en el Guernica de Picasso, ante el toro que embiste a un territorio que dicen que tiene la forma de su piel. Suenan los clarines y el reloj del ruedo señala las cinco. Un torerillo se arrodilla frente a toriles para hacer una larga cambiada. Una suerte, a puerta gayola, que solo se ejecuta una vez, pero aquí nos hemos acostumbrado a que se repita cuando hay una urgencia para ponerle los perendengues de corbata al respetable.

España es otra cosa. Si no fuera porque la conozco estaría imaginando que nos hallamos frente a un caso singular, pero no, somos así, diferentes, porque asistimos cada domingo a la fiesta que odiamos y hemos aprendido a decir que hasta el rabo todo es toro. Yo iba a las corridas de la feria de Málaga y veía a Miguelín tapado por un gigante negro que pasaba removiendo el aire junto a la barrera igual que un tren poderoso que no descarrila. Era muy potente esa imagen de David contra Goliat, pero sabía que a aquel monstruo acabarían por arrastrarlo las mulillas. El público aplaudía y la Gran Peña tomaba finos, servidos por camareros uniformados, en la parte acotada de la andanada reservada a los dueños. Era otra forma de ver los toros, distinta de la de Federico, con las dos Españas divididas, al sol y a la sombra, y el poder aposentado en cómodos sillones sustituyendo a las almohadillas, como una imagen estática armonizada con un pasodoble de la banda. Federico decía: ¡Qué no quiero verla! ¡Dile a la luna que venga!, pero nosotros no tenemos ahora a un satélite que nos oculte la realidad.

Alguien me dirá que esta es una visión trágica, pero España es trágica, como un esperpento de Valle Inclán, o como un artículo de Larra, o como la herida sangrante de un torero al que llevan en volandas a la enfermería sin haberle hecho el torniquete.

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