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Antecedentes de hecho

Por Daniel Molini Dezotti
sábado 16 de noviembre de 2024, 11:21h

Imagine que usted está en su casa, tranquila, a punto de salir o permanecer, todavía no lo decidió porque es temprano, y de pronto se presentan dos policías preguntando por alguien que lleva su mismo nombre y apellidos.

Imagine que usted los atiende, y se entera de que están investigando una denuncia grave.

Aunque no es vulnerable, tampoco refractaria a las emociones fuertes, atina a preguntarles: ¿pero qué me cuentan?, con tono delicado, por las dudas, pues desconfía de las reacciones de la gente uniformada con atributos de poder.

Imagine que se lo cuentan, que los funcionarios no son vehementes, como los de algunas películas malas, sino amables, eso sí, no se andan con retóricas tiernas cuando van a lo que van.

Imagine que escucha, asombrada, lo que le piden: su teléfono, acreditando un oficio judicial.

Además, quieren saber si el aparato es de uso personal o lo comparte con alguien más, por ejemplo, sus hijos.

Imagine que llegaron a su casa tras distintas y complejas averiguaciones, por no llamarlas arduas, y constataron que su número figura haber llamado, el día tal, a la hora cual, a un establecimiento que recibió una amenaza de bomba, por lo tanto, usted es la principalísima sospechosa.

Imagine que lo primero que hace, después de asustarse, es liberar de responsabilidades a sus hijos. Los sabe incapaces de cometer ese tipo de aberraciones, y le consta que, precisamente ese día tal, a la hora cual, se comunicó con la oficina del establecimiento que mencionan para realizar gestiones para ellos, sus hijos.

Imagine que lo puede demostrar con los correos electrónicos que envió, para formular por escrito las peticiones que siguieron al llamado.

Imagine que no le creen, que hacen con el teléfono lo que tienen que hacer, e insisten en que su testimonio está en duda y que ya le avisarán de la deriva que tome la denuncia.

Imagine que antes, durante y después, la secretaria del establecimiento en cuestión, aseguró a los inspectores que la persona que llamó para amenazar lo hizo con voz apresurada: "Desaloje el establecimiento porque hay una bomba."

Imagine que esa persona, la misma que advirtió inmediatamente a los servicios de emergencia la mala nueva, recordaba muy bien la conversación, coincidente en día y hora, en la que usted reclamaba algo para sus hijos, con un discurso que duró casi dos minutos, con la misma voz femenina de experiencias anteriores.

Imagine que los investigadores de la policía no le creen, ni a usted, ni a la testigo, que insiste en que el llamado del aviso, fue corto, con voz de varón, con un número sin identificar.

Imagine que ese día se vivieron situaciones parecidas en otros lugares que, como eran anónimas, no fueron investigadas y, si lo fueron, se "premiaron" con un sonoro fracaso.

Imagine que a la vista de todo lo anterior se practican diligencias por desórdenes públicos contra usted, que su familia se entera, y se preocupa, sufre, y tiene que consultar con un abogado.

Imagine que la llamada suya fue a mediados del mes de diciembre del año 2024 y que, todavía, a mediados de octubre seguía con el procedimiento sin cerrar, enredada con pesquisas, agobiada, sin querer utilizar el teléfono, con insomnios recurrentes o despertares ansiosos, con dolor y mucha tristeza, porque a pesar de no serlo la consideran una delincuente.

Imagine que usted sabe que no fue la culpable de que tuviesen que desalojar a muchas personas, que fuera necesaria la intervención de la unidad de desactivación de explosivos, y que, sin embargo, los investigadores insisten en los indicios suficientes, siempre con la misma muletilla de la llamada que realizó usted, desde su terminal y que eso es susceptible de infracción penal.

Imagine que todo el proceso avanza con la rapidez de un cangrejo atortugado, o peor, de una tortuga acangrejada, y que transcurren los meses, aguardando que alguien sensato confirme que su perfil profesional y familiar no se corresponde con el de ningún vulgar “Unabomber”.

Imagine que no aparece la sensatez, hasta que como suele ocurrir cuando se está a punto de perder la esperanza, asomó, 10 meses y propina de sufrimientos después, gracias a una jueza que dictaminó que; “...tras una serie de apreciaciones, de conformidad con lo dispuesto en el artículo tal de la ley cual, decreta el sobreseimiento provisional de las actuaciones y el archivo de la causa.”

Imagine que no puede creer lo sucedido, el tiempo perdido en idas y venidas, los malos ratos, el derroche de recursos administrativos, judiciales, personales, familiares y que, a pesar de la sentencia favorable, no se le pasa la indignación.

Imagine que se le atragantó la bilis con la investigación tan “sesuda” de los policías, y quiere que le pidan disculpas, que no hace más que pensar en lo que les diría al indecente amenazador y también a los ineptos que sospecharon de usted.

Imagine que no sabe lo que hacer y pide un consejo, ¿usted, qué le diría?

El mío, creo que también del abogado, es que nada, que el mal recuerdo se le va a pasar.

Imagine que usted no está por la labor de olvidarse.

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