Se habla mucho del quebranto del espíritu de la Transición. Eso en nuestro país, porque en el resto toda la culpa la tiene Elon Musk y su red X. Los ataques a la Transición son los ataques a la Constitución y aquí nadie puede atribuirse la exclusiva en ese sentido. Sin embargo, todos se declaran constitucionalistas acusando a los otros de no serlo. Así se han repartido las cartas y así son las cosas desde hace un tiempo.
La Constitución no es un cemento para unir a nadie porque los que aseguran defenderla no son capaces de aliarse para hacerlo. Prefieren seguir en sus antiguas barricadas disparándose balas de algodón con el riesgo de que un día se conviertan en plomo. Mientras la razón siga estando en uno de los bandos no saldremos de esta disyuntiva que nos mata poco a poco. Está es una realidad aparente que se escenifica en el campo de batalla inspirado por los argumentarios y protagonizada por masas fanáticas, entrenadas previamente en el ejercicio del insulto y la descalificación.
Luego, en la práctica de la negociación política, las cosas son de otra manera aunque los líderes hagan el resumen de sus logros con el tremendismo habitual. Cada día se echa más leña al fuego, a pesar de que a veces se enseñe la patita de la moderación. Estaría bien que los comentarios sobre esta situación enervante dejaran de ser sectorizados, incluyendo a quienes parecen tener patente de corso en la práctica de los improperios frente a la perversión de la parte contraria. Si todos dicen defender a la Constitución y a la Democracia únanse en este sentido y acuerden una regeneración que renuncie a resolver el problema de forma unilateral. Si no es así seguiremos en las trincheras del desencuentro, en busca de un motivo para enfrentarnos.
No es Elon Musk, ni Nicolás Maduro, ni Zapatero, somos todos los que nos dejamos llevar por esa avalancha de demagogia, y sobre todo de mentira, que nos invade sin remedio. Lo de Venezuela es un ejemplo de indefinición para que algunos no pierdan su vínculo con la izquierda aunque les repugne. Esa es la barrera que tenemos que superar por absurda y obsoleta. Ese fue el reto de la Transición de 1978 y eso es lo que hemos perdido. No cabe echar la culpa del desastre a los otros, todos estamos implicados en este desaguisado, como tampoco hay que considerar responsable única a la situación internacional. Cada país deberá resolverlo en su ámbito político y territorial. Si no es así estaremos contribuyendo a la aceleración del desastre global.