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Bonjour tristesse

Por Julio Fajardo Sánchez
sábado 27 de julio de 2024, 11:01h

No todas las crónicas que hoy se escriben sobre el acto de anoche en París son positivas, algunas son demoledoras, siguiendo esa tradición tan española de considerar a Francia entre la envidia y el desprecio. París es otra cosa, pero siempre nos queda el resquemor de saber que tendremos que imitarlo o intentar epatarlo, que es un verbo francés con difícil equivalencia en castellano.

Hace años leí que era casi imposible sorprender a alguien con una boutade desde los escalones de la Sorbona. Ya pasaron los tiempos en que lo hacían Ignacio de Loyola y Francisco Javier, incubando a la contrarreforma desde allí. En los acontecimientos recientes no nos quedaba otra que ir de espectadores para ver cómo le abrían la cabeza de un cantazo al jefe de la policía en el Boulevard Saint Michel. La lluvia ha sido la noticia principal porque no es sencillo expresar de otra manera el mundo de las emociones que provoca el espectáculo, o en qué condiciones emocionales se encuentra uno para recibirlo.

El jueves le implantaron a Mari una prótesis en la cadera, así que ayer estaba en la Quirón viendo la tele ya casi liberada de la dependencia del Nolotil. Yo estaba allí. Quiero decir delante de la tele. Tengo algunos conocidos a los que llamo “yo estaba allí” porque siempre están, o han estado, en todos los sitios en el momento oportuno. Ayer había que estar frente al televisor para ver lo que pasaba, como casi siempre. Los que “estaban allí” se mojaron viendo pasar el desfile aburrido de unos barcos por el Sena. Hay gente a la que le hubiera gustado ver otra cosa. Por ejemplo, a un apuesto príncipe portando una bandera mientras una infanta no podía contener las lágrimas.

Lo de ayer me pareció una celebración montada con mucha inteligencia, con unos momentos más altos y afortunados que otros, claro está, pero con el talento que nos provoca distinguir a un culebrón de un film de Visconti, o de Renoir, en este caso. Vi a la Francia que me gusta y a la que admiro, en un mundo inundado por la monotonía brutal del rap o del reggaetón. Fue muy oportuno el tema elegido para cantar Celine Dion. La gran Edith Piaff con su himno al amor. Si un jour la vie t’arrache a moi. Un condicional que te arrumba a la esperanza de lo único que nos puede salvar.

Este es mi resumen: la esperanza de que nuestra salvación está en el conocimiento, en la cultura, en el arte y en el amor. Lo demás es odio mal repartido. Hay quien no vio más que a Louis Vouitton empaquetando regalos, como si este señor fuera solo un envoltorio y el contenido de las cosas tuviera menos importancia que su continente. Me gusta la Marsellesa, Al menos los franceses tienen un himno con letra. Me gusta cuando dice que un sang impure abreuve nos sillons. Las aguas del Sena parecían inquietas por el trasiego de tanto barco, pero se aquietaron para escuchar el Imagine, de John Lenon.

El globo que subió al final sobre París no fue un homenaje a los hermanos Montgolfier sino a la capacidad de elevarse sobre la vulgaridad de lo material para contemplar las cosas desde arriba, liberarse del lastre de los relatos interesados y volver a creer en el individuo, en la persona que por ahora anda presa de los mensajes digitales interesados. Anoche dije que siempre nos quedará París. Quizá exagero un poco poniendo un objetivo grande y rimbombante. Prefiero decir que siempre nos quedará Edith Piaf. Con eso me conformo.

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