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Una cruzada suicida

Por José Manuel Barquero
lunes 15 de julio de 2024, 11:00h

En su afán por alcanzar a Marine Le Pen, a Santiago Abascal se le ha ido la mano. Si la líder de la Agrupación Nacional presentaba a un chaval de 28 años como futuro primer ministro de Francia para complicarle la vida a Macron, el presidente de VOX ha reclutado a 347 menores de edad como fuerza de choque para derribar cinco gobiernos autonómicos del PP. Ortega y Gasset se inventó hace un siglo la efebocracia, o sea, el gobierno o la “tiranía” de los más jóvenes, pero Abascal a sus elegidos no les deja ni cumplir los 18.

En política, antes o después, se aprende una lección: no tomes decisiones que una mayoría de tu electorado no logre comprender. Digo tu electorado, no tu militancia, que son dos cosas distintas cuando te han llegado votar tres millones de ciudadanos. Los menas suponen un tres por mil de la población migrante en España. En Canarias se hacinan en unas condiciones que avergüenzan a cualquier persona que conserve un ápice de humanidad. La situación es insostenible, pero el reparto por la península de una mínima parte de ellos, a una media de seis menores por provincia, Abascal lo califica de “invasión”. De todas las palabras del diccionario, nuestro Cid Campeador tuvo que elegir precisamente la misma que se resiste a emplear para referirse a la carnicería de Putin en Ucrania.

Machetazos y violaciones son los términos que Abascal asocia a los menas. No hay suficiente estupidez entre la mayoría del electorado de Vox para tragar con esa hipérbole. De ahí la convulsión interna que agita ese partido, y que traerá cola en forma de dimisiones. Abascal comete el mismo error de Pablo Iglesias cuando fantaseaba con el sorpasso al PSOE y anunciaba su “asalto a los cielos”. Un sueño húmedo parecido, el de superar al PP, fue el principio del fin de Albert Rivera.

Los cantos de sirena del Ibex 35 a Rivera han sido sustituidos por los susurros de Orban y Le Pen al oído de Abascal. El húngaro y la francesa le han convencido que la ola de la ultraderecha en Europa es demasiado grande como para que Vox se limite a apoyar al PP en las comunidades autónomas donde el socialismo, el independentismo y la extrema izquierda no suman. La primera excusa que ha encontrado tras las elecciones europeas han sido los menas, como podía haber sido la subida del aceite o el exceso de decibelios en los conciertos del Bernabéu.

Sucede que España no es Hungría, ni tampoco Francia. No escribiría esto si el idioma más hablando en Valencia, por delante del castellano, fuera el árabe. Esto es lo que ocurre en Marsella, la segunda ciudad más poblada de Francia, y es uno de los datos que explican por qué la ultraderecha gala obtiene en esa región más del 50% de los votos. Creen los más duros de Vox que atizando el miedo y exagerando un problema grave como el de la inmigración quizá suban cuarenta puntos en intención de voto, pero se equivocan.

A pesar de sus esfuerzos, Sánchez no ha conseguido aún polarizar tanto la sociedad española como para que Vox engulla electoralmente al PP. Ahora Abascal se lanza a una cruzada suicida: convencer a una mayoría de españoles que el principal peligro para la estabilidad institucional no son los pactos de Sánchez con Junts, ERC y Bildu, sino los de Feijóo con el PSOE. Es un error estratégico de la misma envergadura que el cometido por Ciudadanos, que terminó convertida en una formación política inútil a ojos de sus votantes.

El bandazo de Abascal ignora la base sociológica de su voto y aleja a su partido del principal caladero donde acudía a pescar, que son los electores desencantados con el PP. Esos votantes se fueron a Vox por diversos motivos, pero sin duda el principal no fue la política migratoria del gobierno de Rajoy, ni las propuestas actuales de Feijóo sobre el asunto. Concretamente en Baleares eran otras las preocupaciones, por eso Marga Prohens se muestra tranquila, casi aliviada, por un giro impuesto desde Madrid que ha causado estupor en buena parte de los cargos de Vox.

Cerca de 200 inmigrantes ilegales han llegado en los últimos días a Mallorca, Ibiza y Formentera procedentes de Argelia, un país al que Sánchez cabreó lo suficiente como para levantar los controles sobre las pateras que salen de sus costas. Pero la culpa es de Feijóo, y por eso rompen su pacto con Prohens. Todo muy razonable.

Cuando falla la lógica se ha de recurrir a la fe: “Es una decisión de gente por encima de nosotros. Tened confianza”. Este es el argumento empleado para convencer a los que no entienden nada en Vox, más propio de una secta que de un partido político. Con su decisión de abandonar los gobiernos autonómicos Abascal va camino de convertir Vox en una organización más pura, más compacta e ideológicamente inexpugnable, pero también más pequeña, irrelevante y sin capacidad para influir en las políticas reales.

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