“Hemos venido a acabar lo que empezamos”, esto ha dicho Marta Rovira nada más pisar suelo español o catalán, según se mire. Esta es la frase que puede resumir la amnistía y que demuestra que lo de la pacificación, por más que figurara en la explicación de motivos de la Ley, era una falacia y no tenía otro objeto que conseguir la investidura. No importa. Se cambiará el relato y a otra cosa mariposa. Cataluña ya es independiente. El hecho es que se niega a recibir menas y nadie se atreve a decir nada. Ese territorio no se toca, forma parte de un estatuto diferente que hay que respetar porque de él depende el Gobierno de la Moncloa. Sé que estas cosas duele el escucharlas, pero son así, a pesar de que los voceros oficiales las intenten callar.
España volverá a ser un país normal cuando se admita el empleo de la lógica para la comunicación política, pero eso no ocurrirá nunca porque va implícito en lo que se llama la estrategia, que tanto parece entusiasmar a los seguidores de cada uno. El problema de la estrategia es que su objeto somos nosotros los ciudadanos, siempre a expensas de tragarnos gato por liebre o lo que nos echen. El lema es: “yo tengo la razón de mi parte y tú no la tienes”. Esto, que es un atentado a la inteligencia, se ha convertido en una mercancía de uso común. Con ello se consigue que la convivencia sea una cuestión insoportable, pero no porque seas independentista o lo contrario, sino porque tengas la osadía de pensar de otra manera. Esto no fue siempre así. Ha aparecido de un tiempo a esta parte y, en cierto sentido, ha sido la causa de esa dispersión ideológica que ahora, por fin, parece retornar a los entendimientos de los primeros años de la Transición. O quizá se trate solamente del talante de las personas, donde se ha instalado el principio de la infalibilidad que solo era atribuible a los papas.
El presidente de los Estados Unidos ha ido a la OTAN y ha llamado Putin a Zelenski. Ha sido un lapsus más de los que nos tiene acostumbrado en los últimos tiempos, pero no importa. Está en perfectas condiciones físicas y mentales, según dice, como el púgil de Tony Leblanc, y solo hará caso a una voz del cielo que le diga cuando tiene que retirarse. Es así porque se considera imprescindible. No va con él eso de que todos los hombres son iguales y tienen las mismas oportunidades. Hay algunos mejores que otros y esto es indiscutible. Parece sacado de una obra de teatro de Williams Shakespeare. Julio César o Ricardo III.
La democracia debería ser incompatible con el carácter providencial de los elegidos. No parece adecuarse a la libertad de elección de los ciudadanos sin mediatización. Pero la división en bloques irreconciliables hace que estas cosas no sean entendibles, mientras siga siendo verdad eso de que “yo tengo la razón de mi parte y tú no la tienes”. Marta Rovira está en lo cierto, y Puigdemont, y Pedro Sánchez, y Yolanda, y Feijóo y, si me apuras, hasta Abascal también. Esto es como ir al casino y estar de acuerdo con el crupier. Como las cosas son así, yo sigo escribiendo lo que me da la gana a ver quién se atreve a decirme que no.