En algún artículo anterior me he referido levemente, de pasada, al apoyo que una determinada extrema izquierda europea presta a Putin y a sus decisiones. Era una impresión que no había desarrollado en profundidad en mi cerebro y que me causaba perplejidad, ya que es difícil racionalizar que personas y partidos que se definen de izquierda radical, mucho más allá de la socialdemocracia, apoyen las políticas de un régimen autoritario cleptocrático que si a algo se parece, es a una dictadura de extrema derecha, imperialista y agresora.
Hace poco he leído un artículo del profesor chileno Alfredo Joignant, sociólogo y politólogo, hijo de represaliado y encarcelado por la dictadura de Pinochet, publicado en El País, que se titula precisamente: “La extraña fascinación de la extrema izquierda chilena por Rusia”, que me ha ayudado a comprender algunas, al menos, de las razones de este fenómeno, alguno de los mecanismos mentales que pueden estar condicionando esa “extraña fascinación”.
Alguna extrema izquierda europea, igual que la chilena y otras alrededor de mundo, se niega a cualquier tipo de apoyo a Ucrania, aduciendo que siempre ha luchado contra el fascismo y que el gobierno ucraniano y Zelensky son nazis, que es exactamente la excusa que esgrime Putin para la agresión a Ucrania. Es un argumento ridículo, que no resiste un análisis que no hace falta ni que sea muy riguroso. Los elementos nazis de la sociedad ucraniana, que los hay, como los hay en casi todos los países de Europa, son una minoría que tiene un apoyo electoral muy pequeño, menor que en algunos países de la UE, incluida España, mientras que la gran mayoría de los ciudadanos ucranios han manifestado repetidamente su voluntad de vivir en democracia e integrarse en la UE.
Seguramente persiste en el imaginario colectivo, e individual, de la extrema izquierda la seducción por la Revolución de Octubre y la Unión Soviética, pero la Rusia actual, en manos de una camarilla de antiguos agentes del KGB y oligarcas saqueadores no tiene nada que ver y la retórica antiimperialista no se sostiene, ya que es precisamente Rusia quien está agrediendo a una nación soberana y, por tanto, se está comportando como imperialista. Otra cosa es, como apunta Joignant, que la extrema izquierda solo ve imperialismo en Estados Unidos e ignora otros, como el de Rusia o el de China.
El apoyo a Putin y a Rusia se disfraza en ocasiones de pacifismo. Eso ha pasado en España, donde la postura de Podemos y de su líder, Pablo Iglesias, fue desde el principio de la invasión rusa contraria al envío de ayuda a Ucrania, aduciendo razones de pacifismo y abogando por acudir a los organismos internacionales para conseguir conversaciones de paz. Un discurso muy bonito, que quedaba muy bien como pacifista, pero que no podía ignorar, seguro que no ignoraban, que dejar desvalida a Ucrania cuando Rusia había lanzado toda su fuerza militar en una invasión en toda regla, significaba la ocupación de todo, o casi todo el territorio ucraniano que luego Rusia no iba a devolver. Como máximo aceptaría una Ucrania neutralizada y sometida a Rusia, reducida a la mitad (o menos) noroccidental de su territorio actual, sin salida al mar.
Se trata de una postura difícil de entender, ya que Rusia es hoy en día un país autoritario y Putin un dictador en el que se miran y embelesan muchos de los líderes de la extrema derecha europea. Es un fenómeno que provoca perplejidad: los que se supone son enemigos políticos acérrimos, ubicados en los extremos opuestos del espectro ideológico, fascinados por el mismo individuo. Claro que Putin contiene en sí mismo una dualidad parecida, afirma combatir a los nazis mientras dirige un régimen que se parece al nazi y él mismo tiene un comportamiento semejante.
Y unos y otros, europeos de extrema derecha y de extrema izquierda, no deberían olvidar que, si pudiera, si llega a poder, Putin aspira a destruir todo el sistema europeo de valores. El defiende la primacía de los valores del patriarcado tradicional, de la familia tradicional, de la Iglesia (ortodoxa rusa por supuesto) y abomina del laicismo, la libertad individual, el respeto a las minorías (étnicas, religiosas, de orientación sexual, etc.), el imperio de la ley, la libertad de prensa y expresión y, en definitiva, de todo aquello que nos define como civilización occidental.
PS. Mientras estoy escribiendo este artículo Rusia ha lanzado un ataque masivo con misiles contra varias ciudades ucranianas, incluida la capital Kiev, donde uno de los proyectiles ha impactado en el principal hospital infantil del país, causando una enorme destrucción y un número aun indeterminado de muertos, así como la necesidad de evacuar a todos los niños, muchos de los cuales estaban recibiendo tratamientos muy delicados para enfermedades graves que solo están disponibles en muy pocos otros hospitales de Ucrania.
Con el cinismo habitual que caracteriza a los portavoces de guerra rusos, han afirmado que ningún misil suyo ha impactado en el hospital y que los daños los ha causado un proyectil antiaéreo ucraniano. Los restos de misiles antiaéreos y de los misiles balísticos que neutralizan pueden causar daños limitados donde caen, pero la destrucción que se ha provocado en el hospital es la de un misil balístico y quien lanza misiles balísticos contra Ucrania es Rusia.
No sería de extrañar que Pablo Iglesias y sus correligionarios pacifistas de extrema izquierda “compren” la explicación rusa y acusen al gobierno ucraniano de atacar a su propia población.