Hay personas que un día se levantan de la cama sabiendo que esa será su última jornada laboral. Pero hay casos en que esa fecha es difícil de concretar, y más aún de anticipar. No me refiero a un accidente o a una muerte prematura, sino a ciertas profesiones. Por ejemplo, ¿cuál es la última página de un escritor? ¿la última publicada? ¿la que no ve la luz porque antecede a la temida página en blanco que certifica el apagón total? ¿un escritor retirado sigue siendo escritor cuando manuscribe un diario íntimo?
La respuesta más simple podría relacionarse con la remuneración económica de ese trabajo, pero todos intuimos que la jubilación es algo que trasciende al dinero. Si un ente superior pudiera garantizar a Rafael Nadal su participación en el próximo Roland Garros en condiciones de competir a cambio de renunciar a ganar un solo euro más jugando a tenis, ¿alguien duda cuál sería la respuesta del mejor deportista español de todos los tiempos? Estoy seguro que Nadal pagaría por jugar una última vez en París a cambio de no padecer problemas físicos.
Sus renuncias a participar en los torneos de Indian Wells y Montecarlo preocupó a la mayoría de la opinión pública que temía no volver a verlo compitiendo al máximo nivel, pero a mí me hicieron respirar aliviado. Despejaban de mi cabeza el temor que me provocaba una adicción que afecta a muchos grandes deportistas que han consumido durante años las ingentes dosis de adrenalina que se generan en la alta competición. Nadal llegó a lo más alto y supo mantenerse allí durante dos décadas. Me tranquilizó comprobar que sabrá irse sin hacernos sufrir como está sufriendo él.
Borg se retiró a los 26 años, hastiado del tenis y superado por la presión tras perder un par de finales frente a McEnroe. Su resumen fue “o número uno o a casa”, como Puigdemont. Al poco de jubilarse formó parte de un jurado en un concurso de miss camiseta mojada. Se tomó tan en serio su papel que tuvo un hijo con una de las concursantes. Comenzó a tontear con las drogas y quebró un par de empresas. Regresó a las pistas, y fue un desastre. Bajar del Olimpo puede ser una travesía tan peligrosa como descender exhausto de un ochomil.
Andy Murray ha sido número uno del mundo, ha ganado tres Grand Slam y otros 46 torneos ATP. En 2019 comparecía en una rueda de prensa previa a su primer partido en el Open de Australia para anunciar su retirada. Rompió a llorar y se tuvo que retirar de la sala para recomponerse. Cuando volvió explicó que no sólo sufría dolor cuando jugaba al tenis, sino cada vez que se calzaba unos zapatos.
Cinco años y varias operaciones de cadera más tarde Murray sigue compitiendo en el circuito profesional, y rara vez supera la segunda ronda de un torneo. El sueco Mats Wilander, que ganó siete Grand Slam y ahora ejerce de comentarista en televisión, llegó a preguntarse durante la retransmisión de un partido: “¿tiene derecho a hacer eso? ¿por qué? Yo lo hice y no debí. Fue el mayor error de mi carrera”. Esta es la situación que no queremos vivir en el caso de Nadal. Por eso digo que sus renuncias cuando no se siente en condiciones de competir son una buena noticia.
Las remontadas son algo consustancial a cualquier deporte, quizá la parte más emocionante del espectáculo. Pero el tenis está especialmente diseñado para que se puedan producir. En cada juego y en cada set se parte de cero. En los partidos de tierra batida asistimos a esa metáfora visual perfecta cuando pasan la esterilla, borran las huellas y limpian las líneas cada dos juegos: aquí no ha pasado nada, vuelvan a empezar. Nadal nos ha regalado muchas de esas épicas remontadas por esa capacidad suya para levantarse de la lona cuando parece imposible.
En realidad, cada regreso de Rafa a las pistas tras una lesión grave ha sido una manera de voltear el marcador derrotando contra pronóstico a su pie, su rodilla o sus abdominales. Esta vez es distinto porque todos sabemos, excepto las personas insultantemente jóvenes, que el tiempo pasa más rápido a medida que envejeces.
Nadal no juega un partido oficial desde el 5 de Enero. Como había anunciado su retirada esta temporada, quiere decir que se ha visto obligado a cancelar un tercio de su carrera restante. Ese tiempo perdido no pesa lo mismo a los 20 años de Alcaraz que a los casi 40 de Rafa. Este martes volverá a jugar en el Conde de Godó sin saber con seguridad cuándo y cómo será su último baile. La cierto es que, para alegría de todos los que admiramos su trayectoria, ese final no se parecerá al de Borg ni al de Murray.