Simpatías por la persona al margen, hay consenso en considerar a Pep Guardiola uno de los mejores entrenadores de la historia del fútbol. Su Box system, esa filosofía del juego que han tratado de copiar tantos equipos, se basa en tres capacidades básicas de sus jugadores: la de medir bien las distancias en el campo para ocupar eficazmente los espacios, la de tomar las decisiones correctas en cada momento del partido, y la de adaptarse a las circunstancias cambiantes.
Esos tres fundamentos del juego explicarían por sí solos por qué Luis Rubiales en su etapa como futbolista profesional no jugó nunca en un equipo entrenado por Guardiola. Pero sobre todo explican a la perfección por qué este hombre nunca debió ser presidente de la Real Federación Española de Fútbol. Rubiales no sabe medir las distancias, ni ocupar los espacios correctos, ni tomar las mejores decisiones (ni para él ni para la imagen internacional del fútbol español) ni adaptarse a un mundo que ha cambiado mucho desde sus tiempos de empotrador en el Motril de su juventud.
Rubiales no entiende nada. Ya no me refiero al beso en la boca a una jugadora de la selección, ni a su imagen de “huevos de oro” en el palco de la final de un Mundial de fútbol femenino, ni a su paseo troglodita por el césped del estadio con una mujer como pieza de caza. Es que tampoco comprendió en su día las críticas por llevarse a una churri de viaje a Nueva York con cargo a la Federación, ni por pactar comisiones con un jugador en activo del Barça, ni por contratar detectives para espiar a periodistas críticos o rivales incómodos. Aún más, no ve qué problema hay en grabar sus conversaciones con ministros y altos cargos del gobierno.
Hace décadas que el fútbol se convirtió en algo que trasciende el deporte. Hoy no existe otra actividad con esa capacidad de comunicación global e impacto en la imagen exterior de un país. Por algo la RFEF se define como una entidad privada de “utilidad pública”. La cuestión de fondo a plantear es cómo un gañán como Rubiales puede llegar a la presidencia de una institución de esta envergadura, y cómo a través de un sistema caciquil de dádivas y favores se pueden obtener y mantener los apoyos suficientes para enrocarte en un cargo de tanta relevancia mientras avergüenzas a todo un país.
Da igual que se enfunde en sus comparecencias en sudaderas con capucha -sólo le faltaba en aquel vídeo un spray en la mano y ponerse a pintar en los cristales del aeropuerto de Doha- o en esos carísimos trajes a medida que a él le dan un aire entre Mortadelo y Jimmy Hoffa. La situación de este macarra poligonero al frente de la RFEF es insostenible, pero al parecer ha decidido morir matando.
Es fascinante la polémica formada por una situación en la que las imágenes y la primera reacción de la jugadora no concuerdan al cien por cien con sus declaraciones posteriores, algo que el fondo es irrelevante. ¿Por qué el máximo representante del fútbol español tiene que dar o pedir un beso en la boca a una jugadora? ¿Te crees que estás en tu casa? ¿No ves que el escudo que lleva en la camiseta no es el del equipo en el que juega tu hija, y que ella no es tu hija?
Hace un tiempo, en una de sus ruedas de prensa multitudinarias denunciando su “persecución”, Rubiales declaró que temía que cualquier día apareciera un maletín lleno de cocaína dentro de su coche. Me pareció tan surrealista que me pregunté: ¿pero este hombre en qué ambiente se mueve? ¿con quién se relaciona? ¿qué tipo de vida lleva para que pudiera resultar creíble que una persona en su posición lleve un montón de droga en su vehículo? Es sorprendente que algunos de los que hoy se rasgan las vestiduras por el comportamiento indecente de Rubiales, entonces no se dieran cuenta que un tipo así no puede estar al frente del fútbol español. Viendo su comportamiento desquiciado en el palco y en el césped en la final del Mundial femenino, uno se pregunta si el maletín no se lo enviaron a Sidney.
Si (
No(
