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Dos escritores para el verano

Por Jaume Santacana
miércoles 26 de julio de 2023, 05:00h

Siendo estos tiempos caniculares y apocalípticos, correspondientes al pleno rendimiento del cambio climático, época de bochornos varios, el pueblo suele dedicarlos al reposo y al cultivo del espíritu (y a tocar los huevos jugando con las putas pelotitas en la orilla del mar), me permitirán que les recomiende, de modo fervoroso, la lectura de uno o varios libros de dos escritores españoles —deconocidos hoy en día por parte de la mayoría de ciudadanos— que publicaron sus obras con talento y brillantez durante la primera mitad del siglo XX. Me estoy refiriendo a Julio Camba y a Enrique Jardiel Poncela.

Don Julio nació en 1984 en Villanueva de Arosa (Pontevedra). Al cumplir sus trece años se escapó de casa y se largó, de polizón, en un barco hacia Argentina, residiendo en Buenos Aires hasta 1902 cuando es expulsado del país por prácticas anarquistas. De regreso a España empieza su colaboración como periodista en diversos diarios de la época y más tarde inicia su período de corresponsal por varios países del mundo, entre otros, Turquía, Francia, Alemania y, finalmente, Estados Unidos, estableciéndose por un largo período en Nueva York.

Me gustaría destacarles, entre su extensa obra, los libros “La casa de Lúculo o el arte de comer”, “Esto, lo otro y lo de más allá”, así como sus escritos monográficos sobre Londres, Berlín y, como no, el maravilloso “Un año en el otro mundo”, crónica excelente sobre Nueva York. Camba fue un periodista nato. Sus artículos reflejan, siempre, una suspicacia brillante amén de unas dotes de buena observación dignas de elogio. El humor, su humor – cazado del mejor gusto británico y mezclado con pura retranca gallega- era su arma más afilada; la ironía, su modo de comunicación.

Camba se expresa como los ángeles y describe situaciones humanas y paisajes con un relato desapasionado, frío y objetivo que le lleva, en ocasiones a fórmulas cercanas al surrealismo más directo y mordaz. Lean, lean y verán… Por cierto, y a beneficio de inventario, el enorme prosista Josep Pla me contó, acerca de Camba, que se sabía de memoria la literatura de Charles Dickens y de Gilbert Keith Chesterton, El mismo Pla me refirió que la gran ilusión de Camba era jugar al Bridge todas las noches hasta la madrugada, dormir hasta el atardecer, cenar y volver a jugar. Nunca nadie supo, a ciencia cierta, de dónde sacaba las horas para escribir.

El otro escritor imprescindible para ir por el mundo: Jardiel Poncela. Don Enrique, dedicó su ingente obra a los géneros de la novela y el teatro, básicamente. Nació en Madrid en 1901 y, después de una etapa en la que colabora con diversos periódicos (cuentos y artículos breves) se instala en varios de los viejos cafés de Madrid (principalmente el Gijón, todavía superviviente) para dedicarse en cuerpo y alma a confeccionar dramas y novelas, entre las que vale la pena citar “La tournée de Dios” (extraordinario relato sobre una hipotética visita del Creador Supremo a la España más cutre y estereotipada), “Eloisa está debajo de un almendro” (la más representada), “Los ladrones somos gente honrada” o “Amor se escribe sin hache”; no sigo, aunque la lista sería ingente.

Jardiel encadena situaciones inverosímiles y lindantes con el más fino teatro del absurdo; utiliza la comicidad en el lenguaje sin caer, jamás, en el “chiste fácil”; posee un dominio absoluto de la construcción dramática dosificando, sabiamente, las sorpresas, las intrigas o el propio delirio humorístico. De Jardiel Poncela se dijo que “escribía una risa inteligente que no supo entender ni la República ni Franco”.

Como obsequio veraniego les dejo unas pocas frases paridas por la pluma libre de don Enrique: “El que no se atreve a ser inteligente, se hace político”; “La sinceridad es el pasaporte de la mala educación”; “Patrimonio es un conjunto de bienes; matrimonio es un conjunto de males”; “Hay dos maneras de conseguir la felicidad: una es hacerse el idiota; la otra, hacérselo”; “Todos los hombre que no tienen nada importante que decir, hablan a gritos”; “La juventud es un defecto que se corrige con el tiempo”; “La verdad se parece mucho a la falta de imaginación”. Ahí lo dejo.

Si me hacen caso y pasan un rato leyendo a estos dos sencillos genios, les aseguro que me lo van a agradecer eternamente. Realicen una incursión veraniega por estos dos monstruos literarios (populares y de muy fácil digestión) y querrán, en un futuro, colarse por todos sus poros leyendo más libros suyos.

De nada.

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