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Sentidiño

Por José Manuel Barquero
domingo 23 de julio de 2023, 04:00h

Tenía dieciséis años cuando me eché mi primera “novia”. Era verano y un amigo me dijo sin ironía que esa chica me debía gustar un montón porque la relación estaba durando mucho. Llevaba con ella tres meses. Mi colega y yo estábamos sentados al borde de una piscina con los pies en remojo. Me giré extrañado y le contesté, también sin ironía, que no dijera tonterías, que llevábamos muy poco tiempo porque mi intención era casarme con ella y estar juntos toda la vida.

Mi opinión sobre la eternidad de las relaciones de pareja ha evolucionado con el tiempo. La razón más elemental para cambiar de opinión es la experiencia. Si el jarrón se rompe varias veces parece suficiente motivo para pensar que no es indestructible, que se puede hacer añicos incluso cuidándolo, porque te puedes equivocar.

Pero la cuestión estadística no debería apartarnos de una reflexión de más calado. Uno cesa en la búsqueda de la pareja perfecta no por cansancio o resignación, sino al convencerse de su inexistencia. Y a esta convicción se llega cuando se asume con sinceridad la propia imperfección. La pareja perfecta no existe, pero la prueba de ello no es que tú no la hayas encontrado, sino algo un poco más realista: si existiera, ¿por qué iba a querer estar contigo, que llevas a la espalda un saco de defectos? Madurez, le llaman.

Es curioso comprobar cómo la mayoría de decepciones provienen de una gestión errónea de nuestras expectativas. Por resumirlo, a menudo pensamos que nos merecemos más en las relaciones personales, en la valoración de nuestro trabajo o del esfuerzo que ofrecemos… los demás no consiguen advertir nuestras virtudes en toda su extensión. Esta gestión es especialmente complicada cuando la ilusión y el desencanto tienen su origen en la misma persona. De ahí el disgusto en un divorcio, cuando discutes con un hijo o te distancias de alguien que confió en ti.

Con el tiempo en una persona sana ese sumatorio de percepciones se aproxima a cero, es decir, que las alegrías y frustraciones tienden a nivelarse y se avanza hacia un estado de aceptación que proporciona la paz suficiente para seguir sonriendo varias veces al día. Si todo esto sucede con nuestras parejas, con la familia, con los amigos, con los compañeros de trabajo… ¿por qué habría de ser distinto con los políticos?

Hemos asistido a una campaña electoral estridente y bastante nauseabunda, un colofón coherente con la manera de entender la política en España desde que Sánchez llegó al poder. Cuando escucho eso de “votar con la nariz tapada porque no existe el candidato perfecto” me viene a la cabeza la imagen de los cuatro pies en remojo, los míos y los de mi amigo, imaginando en aquella piscina la chica de nuestros sueños.

Es verdad que Yolanda Díaz, con sus mensajes de primaria y una dicción que imita a la abeja Maya, ha llevado esa infantilización de la política a extremos hilarantes. Pero ese estilo propio de un parvulario no es otra cosa que el síntoma más agudo de un proceso de simplificación del debate político que trae como consecuencia la división del Parlamento en dos bloques irreconciliables. Eso es fantasear en el escaño con la chica o el chico perfecto.

Asumir las propias contradicciones, las dudas y la ignorancia sobre ciertos temas supone reconocer que uno tampoco es el elector perfecto. Con el voto sólo se trata de aproximar la sociedad a un punto que mejore la actual situación de enfrentamiento a la que un político con menos escrúpulos que ideología, que ya es decir, ha llevado al país.

Hoy no ganará las elecciones el chico más guapo de la clase, el más alto, el que sonríe mejor en los selfies. El candidato más votado será un señor miope, tímido y algo fondón, que confunde datos numéricos en las entrevistas más a menudo de lo aconsejable, aunque luego rectifica. Un tipo de familia humilde nacido en una aldea orensana que fue votado masivamente en su tierra durante cuatro elecciones consecutivas, básicamente por hacer las cosas con cuidado, no molestar demasiado, ser capaz de jibarizar las opciones políticas extremistas y gastar con responsabilidad el dinero publico. Sentidiño, le llaman en Galicia.

No pido mucho más. La ilusión de la pareja perfecta se quedó flotando en aquella piscina.

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