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La estrella del Savoy

Por José Manuel Barquero
domingo 07 de mayo de 2023, 05:00h

El otro día corrí unas horas sin parar por las calles de Londres. Fue una mañana magnífica a pesar de la lluvia, los charcos y el dolor final de piernas. El recorrido de su maratón es tan espectacular que, a pesar de ir concentrado en el ritmo de carrera, uno no podía dejar de admirar los restos capitalinos del imperio británico, con perdón. A los ingleses se les excusa la nostalgia excesiva por un pasado algo turbio porque nos dieron a Shakespeare, Turner y los Beatles, entre otros.

Los kilómetros finales fueron un frenesí de gritos y adrenalina, y uno ya no sabía si aumentaba su ritmo cardíaco por el cansancio o por la emoción. En ese estado de excitación enfilé el Victoria Embankment que une la City con Westminster, pero la euforia no me impidió darme cuenta que estaba pasando a escasos metros del hotel más emblemático de Londres.

El Savoy presume de haber sido el primer establecimiento inglés en tener luz eléctrica, ascensor y aire acondicionado. Con esta publicidad queda claro su orgullo por un pasado glorioso y decimonónico, y por eso sorprende que la nómina de huéspedes ilustres siga aumentando hoy con celebridades tan poco chapadas a la antigua como Rihanna o Taylor Swift. Aunque ya dice Ignacio Peyró en su Pompa y circunstancia que "desde que se puede entrar al comedor del Savoy sin corbata, ya no sorprende nada".

El Savoy se ubica en The Strand, una elegante avenida que desemboca en Trafalgar Square y que es continuación de otra no menos famosa, Fleet Street, la calle que fue sede de los principales periódicos británicos hasta finales del siglo XX. Eran otros tiempos y otro nivel periodístico, porque en los locales de Fleet Street, a los pies de aquellas cabeceras históricas, se reunía buena parte de la élite intelectual y literaria del país

Algunos de aquellos diarios cerraron para siempre, y otros trasladaron su sede. El cierre de un medio de comunicación siempre es una mala noticia, pero la mudanza de los que mantienen su prestigio -o al menos una parte de él- demuestra que lo importante no era el local sino su contenido, o sea, el espíritu y la profesionalidad de sus empleados.

Cuento esto porque resulta curioso que en el rutilante listado de visitantes del Savoy aparezcan estrellas como Claude Monet, Sarah Bernhardt, Marlene Dietrich, Charles Chaplin, Cary Grant, Ava Gardner, Frank Sinatra, Maria Callas, Harry Truman o Winston Churchill, pero sólo se encuentre un escritor, Oscar Wilde, que iba allí no para escribir sino para verse con su amante, Lord Alfred Douglas. Desde los cafés de Fleet Street ni un literato se llegaba hasta el cercano Savoy, siquiera para pedir un autógrafo.

A una situación tan anómala ha puesto fin durante años María Riutort, la librera del Savoy, que prefirió abrir su librería en el centro de Palma porque Londres queda muy lejos de Formentera. A María la descubrí una mañana de sábado hace casi veinte años, cuando entré en aquel establecimiento del que entonces era empleada para escuchar un cuento con mi hija, que debía tener cinco años. Me maravilló la voz de María interpretando aquel relato infantil, hasta que descubrí que no interpretaba, que ella hablaba así. Una voz de niña que salía a todas horas de la garganta de una mujer culta, inteligente y sensible.

Con los años María dejó de ser empleada de la Librería Bonaire y pasó a ser la propietaria-librera del Savoy. Eligió el camino más difícil, pero también el mas apasionante, romántico, independiente, entusiasta, rebelde y auténtico. O sea, como es ella. Ahora, los precios al alza del alquiler obligan a María a abandonar aquel espacio de luz y buscar otro local. Al igual que un periódico, que cierre una librería siempre es una mala noticia. Pero esta vez no habrá problema porque la luz se va con la librera. Como los Reyes Magos, sus clientes y amigos seguiremos su estrella.

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