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¿Y si lloviera más y mejor?

Por Jaume Santacana
miércoles 12 de abril de 2023, 07:00h

En este país llueve poco y cuando lo hace llueve mal. No entrecomillo esta contundente y feliz sentencia porqué aunque podría haberla pronunciado don Gregorio Marañón, Churchill o el mismísimo Einstein, ninguno de ellos estuvo en condiciones de condimentarla debido, principalmente, a sus escasas visitas a nuestras tierras. Cuando escribo “en este país” no me refiero a ningún país en concreto sino a la zona que, tarde o temprano, será una nación de naciones que se bautizará como Mediterráneo. Ante el fracaso estrepitoso de todo aquello que se refiere a la marca Europa —que llegará, no lo duden ni un instante— no quedará otro remedio que abolir todos los Estados que conforman, hoy por hoy, la zona euro i, más ampliamente, la Comunidad Europea y forzar la creación de dos meganaciones que bien podrían ser denominadas Mediterráneo y Norte. Nosotros, obviamente, estaríamos englobados en la primera.

Aquí —y ya hemos explicado dónde— llueve poco y mal y en el Norte llueve mucho y bien. Esta diferencia, queramos o no, marca nuestros respectivos destinos. Porqué, se mire como se mire, en los espacios geográficos en los que llueve con permiso del patriarca Job o sin respeto de procesiones religiosas varias la pobreza brota con una persistencia digna; en cambio, en las geologías nubosas, húmedas y mojadas suavemente, crece una riqueza sin paliativos, sabrosa, aseada.

La lluvia fina, intermitente y periódica, produce civilizaciones de mente fría y consecuentemente alimenta talentos raudos y punzantes. La ausencia del liquido elemento celestial y, en su caso, la borrachera sistemática de tormentas y otras explosiones meteorológicas crean ánimas tortuosas, proclives a la vaguedad (en sus dos sentidos), y a los sueños secos y delirantes.

La lluvia correcta e inteligente esponja agrios y cerebros, permite a la intimidad entrar en sus hogares y aligera —de manera luterana— el comportamiento vital.

Digo todo esto porqué tengo la sensación de que, vista la situación política de Aquí, no nos vendría nada mal una temporada de lluvia fina, nubes bajas y viento ligero (del norte, a poder ser…); más que nada para intentar clarificar las mentes, hoy completamente embotadas, y colocarnos en una posición guay, con ideologías políticas concisas, programas electorales sensatos, propuestas sociales determinantes y guantes de seda para el debate. Lo actual, en política, aburre y fatiga: la mediocridad como norma, el mal gusto como conducta generalizada, la mentira y la ofensa como armas (de momento solo dialécticas) y la oratoria por los suelos. En lugar del ya clásico “¡váyase señor X!”, el de “.turno” deberíamos instaurar el de “¡situémonos todos en otro nivel, señores!”.

Fue el señor Estanislao Figueras, Presidente de la Primera República española, quien en 1873 y en medio de una tumultuosa sesión en el hemiciclo del Congreso de los Diputados, soltó una célebre, contundente y acertada frase, viendo el nivel general de los políticos de aquel momento: “Señores diputados, voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosostros!”, Pues eso.

Pero como esta reacción tiende a la más linda de las utopías —porque están los que están y son los que són (y ¡UY, los que vienen detrás!— por lo menos aspiro a que la divina providencia nos proteja la corteza mental regalándonos, regándonos, con una próspera y próxima época más lluviosa, abundante y poco inundable.

Algo será algo. O no.

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